La expresión “crímenes pasionales” se originó en el
reconocimiento superficial de que las peleas originadas aparentemente por
causas como celos, abandonos y desamor o sea por el amor y el odio, podían terminar
con estos resultados. En los últimos años se ha cuestionado este concepto a raíz
de suponer una cierta justificación de la violencia ya que algo bueno como la
pasión del amor termina en el pasaje al acto criminal. El perfil del hombre
amante de su mujer que se descontrola frente a la evidencia de la infidelidad
no molesta mucho al espíritu machista. Algún tango puede dar cuenta de ello. Para
conmover esta naturalización de los hechos, se comenzó a utilizar el término
violencia de género. Pero el gran manto explicativo del “género” no aporto
muchos recursos para acercarnos al real que está en juego. No es conveniente
ocultar la cara estragante del amor, tampoco desconocer que el amor y el odio
van juntos. Si nos animamos a saber un poco más de lo que estamos hechos y no
tratamos de ignorar aquello que está ahí, tenemos más posibilidades de no ser
sorprendidos desprevenidamente. Las mujeres deben poder interpretar y calcular la
continuidad entre la conducta amorosa pasional extrema y el acto violento. Y porque
no, también interrogarse acerca de la
dificultad de separación de ese hombre. ¿Cómo colma su ser verificar que el
otro no puede vivir sin ella? Si, la pasión del neurótico es justificar su existencia, lo sorprendente pero
no menos real es preferir la injuria a
la indiferencia.
Graciela Ruiz