lunes, 29 de junio de 2009

De eso no se habla II


Déborah Fleischer
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2. Abuso sexual y criminalidad infantil
Si bien ya los tribunales victorianos tuvieron bastantes casos de delitos sexuales con niños, la seducción o la violencia no eran catalogadas como crueldad contra los niños. El discurso de la época no ligaba ambos hechos. En 1961-1962, llegó el sintagma “abuso infantil” a EE.UU. Un grupo de pediatras de Denver llamaron la atención sobre reiteradas lesiones en niños pequeños. Lo anunciaron como el síndrome del niño apaleado. Una vez lanzado el grito de alarma, los niños apaleados entraron en un subconjunto de la clase “abuso infantil”, que acogió posteriormente en su seno el “abuso entre hermanos”. Los juegos sexuales entre niños con una diferencia de edad considerable sugirió la violencia entre niños. Otra cara de la cuestión fue el uso que se dio a “tocamientos indecentes” en el centro de rencorosas disputas en procesos de divorcio. Se plantearon cuestiones que llevaron a diferenciar “tocamientos” buenos y malos y cómo enseñar a los niños a diferenciarlos. La prostitución infantil no figuró durante mucho tiempo como abuso infantil. Una de las consecuencias más importantes de sacar a la luz el abuso infantil en la familia es que retroactivamente muchos hombres y mujeres se ven ahora como alguien de quien se ha abusado sexualmente. Se da el fenómeno de ver retrospectivamente como abusos unos sucesos que no fueron conscientemente experimentados como tales. ¿Por qué no fueron denunciados en su momento? ¿Porque se gozó de ellos? Freud en el caso Emma de Estudios sobre la histeria, la pequeña que volvía a la panadería donde le habían tocado los genitales, describe dos momentos del trauma. El momento en que ocurrió realmente y cuando se resignifica posteriormente, siendo este segundo el que desencadena síntomas por episodios que en su momento no fueron “malos” y sólo retroactivamente fueron interpretados así (Hacking, 2001). Goodman en 1990 dirá “Alguien se ve ahora a sí mismo como sometido a abusos porque tiene un nuevo concepto en cuyos términos comprenderse a sí mismo”. Esto inaugura dos perspectivas: una, que los sucesos fueron vividos como “malos” en su momento y reprimidos, otra, que los sucesos no fueron “malos” en su momento, abriendo un interrogante sobre la responsabilidad del sujeto en esos acontecimientos.
El aumento de la violencia ya no de los adultos, sino infantil, se atribuye a los desplazamientos migratorios, primero, a los trabajos urbanos con exigencias extrañas a los ritmos rurales, después, a la incorporación de niños y adolescentes al trabajo extra-doméstico, a la participación de aquellos en episodios transgresores, a la no injerencia del Estado en los asuntos de familia. Los primeros tribunales de menores se crearon en Estados Unidos, en el estado de Illinois, en 1899. Anthony Platt, en su libro Los salvadores del niño o la invención de la delincuencia, afirma que estos tribunales representaban un intento punitivo, romántico e intrusivo de fiscalizar la vida de los adolescentes urbanos de clase baja y mantenerlos en su status de dependencia. Anticipo de lo que actualmente se llama Labelling approach, etiquetamiento. (Ver Intebi, 1998)
Actualmente en Gran Bretaña la quinta parte de los delitos son cometidos por menores. En EE.UU. mueren 16 niños por día por armas de fuego.
La respuesta tradicional por parte de las autoridades americanas ante el incremento de criminalidad ha ido en el sentido de acentuar el rigor del castigo. Luis Seguí (2000) afirma que se está retrocediendo más de un siglo al condenar a niños y adolescentes, pretendiendo bajar la edad penal a los once años en algunos estados, y relaciona esta política con la negativa de los Estados Unidos de suscribir la Convención Internacional sobre los derechos de la infancia.
Hay diversas hipótesis “científicas” sobre el aumento de la criminalidad en los niños difundidas elementalmente por los medios masivos de comunicación:
a) El profesor Brandon Certer Wall de la Escuela de Medicina Comunitaria de Washington dice: “si no hubiera televisión, hoy habría 10.000 asesinatos, 70.000 violaciones y 700.000 asaltos menos en EE.UU
b) Randy Nelson y Edward de Maeyer recurren a factores genéticos para explicar lo que conduciría a la violencia en el hombre. Enunciado de esta manera no explica el aumento. Es una afirmación muy general.
c) El decano del Instituto de Investigaciones Antropológicas de México dice que la violencia corresponde a factores educativos y culturales y no genéticos.
d) El profesor Fabricio Calvano propone como temas de futuro la disciplina y la autoridad. Así planteado no parece ser una causa o explicación de la criminalidad de la niñez –o su aumento.

Como vemos, distintas hipótesis científicas difundidas en forma elemental por los medios masivos de comunicación hacen que por la irrupción del delito en niños y adolescentes quede cuestionada la institución moderna de la infancia inocente, haciendo de ese modo vacilar uno de los supuestos del discurso jurídico: la inimputabilidad del niño. Esta infancia inocente fue cuestionada a principios de siglo por Sigmund Freud cuando introdujo un revulsivo intelectual, develando que existía una sexualidad infantil y que los niños lejos de ser aquellos seres ingenuos y asexuados que los puritanos habían inventado, son sujetos capaces de desear, de erotizarse, de buscar la satisfacción de sus pulsiones, e incluso de hacer el mal.
Estas cuestiones nos llevan a preguntarnos por el secreto profesional
1) Si bien ubicamos al niño como sujeto responsable, ¿desresponzabiliza esto a la familia? Podemos indicar que el eslabón más sufrido de estos fenómenos, el de la infancia, suele volverse inquietante puesto que la falta de coordenadas estables consigue agitar la violencia familiar al afectarse el circuito de los intercambios por la mutación de los lugares asignados.
2)Está comprobado que el Estado interviene cuando el niño es un peligro, pero ¿quién detecta cuando el niño está en peligro?
3)En relación con el secreto profesional, éste no rige cuando el consultante está en un serio riesgo, al punto de que la omisión de la denuncia puede constituir un delito de abandono de persona.
En el abuso sexual, otro nombre de la violencia ejercida sobre los cuerpos, el psicoanálisis se topa con un borde que requiere, como siempre, necesariamente la no neutralidad del analista, quien debe decidir con un acto. La decisión oscila entre, por una parte, el “ya no creo en mi neurótica” freudiano, cuando descubre que muchas veces el padre perverso de la histérica es una versión ligada a la fantasía inconsciente y, por otra parte, las circunstancias de la realidad que pueden poner en riesgo a la persona que consulta.
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