María
Elisa Banzato
Ficciones de la época, es el nombre de
esta mesa, que reúne tres trabajos bajo dos articuladores: la ficción y la
época.
Podemos
advertir que la ficción remite a múltiples sentidos; ante todo, el fingir, pero
también, el simular, el aparentar, e incluso, el inventar.
Simulación,
apariencia, imitación e invención son rasgos que encontramos en estos tres
trabajos. Espejos de una época que hoy se quiebran y fragmentan.
De
la época, toman, los tres trabajos, un magnífico recurso ficcional, la ficción
cinematográfica.
Tres
trabajos que nos muestran el estallido de algunas ficciones de la época, o
mejor, ficciones que nos atravesaban en el siglo anterior.
Una
versión de estas ficciones es la de “Los muchachos no lloran”. Una película que
es una ficción de un suceso real. Que, a su vez, en su título mismo, muestra
una ficción del siglo anterior, que “los hombres no deben llorar”.
Es
la trama de la gran simulación que debe montar Brandon, un joven transexual, a
fin de vivir acorde a estas ficciones de la época: más allá de una forma de
vestir o de comportarse, los hombres son fuertes, no son cobardes, no pueden
llorar.
Como
Gabriela Triveño señala, el psicoanálisis ha destacado que el inconsciente no
se rige por el dato biológico. Sin embargo, este joven es violado y asesinado
al descubrir, sus agresores, que biológicamente era mujer.
Cuando
la ficción se quiebra – cuando el semblante falla, dice Gabriela – irrumpe lo
real, bajo su dimensión de violencia.
Violencia
que introduce la cuestión de la segregación, como rechazo al goce del Otro,
ajeno y odiado. Una violencia segregativa de la diferencia.
Otra
versión de las ficciones de la época es que “los niños no mienten”. Esta vez, la película “La caza” nos muestra
uno de los excesos de la época – el abuso del abuso.
Como
Ricardo Vila señala, también están delimitados los lugares ficcionales, ya asignados
para hombres y mujeres, como lugares de oposición: armas versus hijos.
Podría
pensarse que “el excesivo aguante” del protagonista,
constituye una falla del semblante, que hace de Lucas, el personaje, “la presa
perfecta para ser cazado”.
Que
“los niños, a veces, mienten” – como dice Marcus en la película – produce la falla de esa ficción,
desencadenando la irrupción de la violencia.
La
película nos muestra el desarrollo de la violencia segregativa, donde Lucas es
rechazado y excluido, golpeado y hasta intentado cazar, asesinar.
Cazado
al modo del Homo sacer, del que da
cuenta Giorgio Agamben, pues parece que no hay delito en flagelar el cuerpo de
Lucas.
El
tercer caso nos muestra la vía de una invención delirante, que Mónica toma de
otra película – “Transformer”.
Nos
muestra la falla de otra ficción: la de los vestidos. “Los hombres se visten de
hombres; las mujeres, de mujeres.” “Hay cosas de hombres y cosas de mujeres”. Ficción
que comienza a quebrarse allá por los ’70, con la ‘moda unisex’.
En
Mónica se produce un estallido de esa ficción cuando se encuentra metida en ese
“vestido al cuerpo y tacos”. La “parte de mujer” que la hacía “sentir
travesti”.
Menos
perturbadora es la apariencia de ‘rockero’, aunque lo que no la dejaba en paz
son “los abusos” que llevaba “puestos” – casi como un vestido – y a los que
define como “lo que hacen los otros, que yo no quiero”.
El
título de la película, “Transformer” – al que Mónica le da un valor neológico –
le permite una suerte de pacificación, de estabilización, al menos por ahora, de
armonía entre su “sentirse hombre” y esa
“parte de mujer” que la llevaba al fracaso constante de una ficción, de un
semblante que no puede construir.
La
intervención de la analista, ubicando una “extracción”, posibilita el
“transformer” entre ‘el rockero’ y ‘el travesti’, logrando una ‘transformación”
entre su “pensar como hombre” metido en una “coraza de mujer”, alcanzando una provisoria
“armonía” en su ‘cuerpo propio’.
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