LA IMPLOSIÓN
DEL GÉNERO
1 - El empuje al goce: de la cosquilla a la parrilla
“No
vamos a hablar del goce así, por las buenas.
Ya les he hablado bastante de ello como para que sepan que el goce es el tonel
de las Danaides y que, una vez que se entra, no se sabe hasta donde va. Se
empieza con las cosquillas y se acaba en la parrilla. Esto también
es goce…”
Jacques Lacan
Sigmund Freud interpretó a su época: el malestar era el síntoma que
mostraba que la renuncia pulsional -¡hay que dejar de gozar! como mandato
paterno de la civilización- no (re)instalaba la felicidad, sino
que, por el contrario, reforzaba el circuito infernal del super-yo
reintroduciendo la ferocidad del goce por medio de la prohibición.
Si consideramos ahora -siguiendo la orientación de Jacques-Alain Miller- el malestar de la civilización en la época freudiana a partir de las
coordenadas de la sexuación, encontramos que ella obedecía a la lógica que Jacques Lacan adjudicó a la posición masculina: el conjunto sostenido en el
Todo, a partir de la culpa y el castigo, de los pecados y su expiación: de ese modo el imperativo proscriptivo de la civilización reforzaba el super-yo en el nombre del Buen Padre que vigilaba.
Al respecto, conviene acentuar el modo por el que la iglesia
florecía hasta allí con su negocio: ‘¡hay que dejar de gozar!’ pero si has pecado, puedes expiar tus
pecados; pero entonces vuelves a gozar, y entonces vuelves a la Iglesia para
volver a expiar…etc.
El imperativo actual de la civilización ha
devenido “¡hay que gozar!”, en una época que
sabe demasiado de la inexistencia de la relación sexual. La
porno-cultura muestra lo que hasta ayer se velaba: la multiplicación de cuerpos gozando pero incluyendo –ahora- el
coito exhibido y sus desinencias.
El espectro hiper-moderno del goce renueva sus desplazamientos “de la cosquilla a la parrilla”. De un lado
la cosquilla: el avance mediático del goce sexual —el “todo para ver” de la
pantalla omnivoyeur— recaptura la implosión del género en sus variaciones (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales,
inter-sexuales...) transformando en comedia la desigual lucha por los derechos
de las minorías sexuales, ridiculizando sus demandas de reconocimiento social,
a partir del panóptico chismorreo de la sociedad del espectáculo.
Por el otro, la parrilla: desde la agresividad urbana, cotidiana;
el ascenso de la criminalidad; la degradación creciente de los caídos del mercado…Y nos interesa especialmente remarcar dos fenómenos: en el primero de ellos comprobamos
la mostración estructural de lo
insoportable de la diferencia sexual, rechazada de un modo criminal en los fenómenos de la denominada ‘violencia de género’, que evidencian hasta donde puede
llegar el rechazo a lo heteros, al
Otro sexo. Violencia de género que hace pareja con
las –cada vez más
frecuentes- muertes por sobredosis adictivas de jóvenes producidas por las más sofisticadas drogas de diseño combinadas con alcohol (producidas hasta en las “previas”).
Estos acontecimientos son frecuentemente acompañados por la hipocresía del Otro social, que
suele ofrecer soluciones cosméticas a un problema que involucra lo real
mismo de la política: la disgregación de la autoridad y sus
consecuencias.
2- La implosión del género en la feminización del mundo
En este estado de cosas, el estado debe regular en el campo del
goce, lo que hasta ayer era considerado
un derecho divino, no tan sólo natural: el matrimonio adviene
igualitario y la identidad de género deja de soldar cuerpo y sexo.
Desprendemos así una secuencia que hemos despejado en
otro lugar: de la caída del padre -se sigue- el declive de lo
viril -a lo que responde- la
feminización del mundo.
Se verifica hasta qué punto la época actual --la de
la feminización del mundo que
leemos: No-Todo-- es coherente con un nuevo malestar determinado por el
empuje de la no-relación sexual: la
no-naturalidad de la sexuación se hace evidente
no sólo con la ley del
matrimonio igualitario y la ley de la identidad de género, sino además a partir del estallido de las clasificaciones producido por las
demandas subjetivas de reconocimiento del derecho al goce.
Luego de los homosexuales, ahora van por sus derechos bisexuales;
travestis; transexuales; intersexuales; hasta los metro-sexuales (hombres
heterosexuales que cuidan su imagen, embellecen su figura y producen sus
cuerpos siguiendo métodos que sólo las mujeres utilizaban hasta ayer nomás, inscribiendo una página más en los fenómenos de la ‘feminización del mundo’ para participar en la guerra de los sexos); últimamente han llegado los cross-dresser a las tapas de las revistas —hombres
heterosexuales que gustan del encuentro con otros hombres, trasvestidos como
ellos, simplemente para hacer uso del goce de la palabra vestidos de mujeres,
hablando en armonía y libertad de cosas de mujeres.
Tal vez uno de los casos más
interesantes, por su vinculación directa con el fenómeno de la globalización, y por la argumentación de sus pensadores, la constituye la teoría queer. Pero si bien sus partidarios se encuentran en
torno de la hipótesis que la orientación sexual y la identidad sexual es
resultado de una construcción social, razón por la
cual llegan a rechazar el género como concepto que organice sus
modalidades del ser, existen —a su vez— distintos
sub-conjuntos, los que suelen agruparse en torno de las ‘sexualidades periféricas’ distribuyéndose ¡también ellos! en otras categorías que imponen al conjunto del género una dispersión fenomenal.
Desde esta perspectiva, para nosotros, la teoría Queer es un producto más de la
feminización del mundo, consignando aquí que
feminización no quiere decir ‘atributos
femeninos’ sino No-Todo, lo que indica que el fundamento del Todo: la excepción, ya no cumple su función y que por
ello el conjunto universal masculino-femenino ha estallado en la pluralización del género. ¡A cada uno
su singularidad! ¡A cada uno su modo de gozar!
Es por ello que hemos denominado a este estado de cosas: la implosión del género, pulverización del género en múltiples categorías configurando micro-totalidades[1] que exigen su derecho a ser consideradas en sus particularidades
de goce[2].
Para decirlo de una vez: la implosión del género es una consecuencia mayor de la época del
No-Todo, en su empuje a la proliferación de nuevas
categorías sexuales; mostrando en el estado actual de la civilización hasta qué punto inexiste el Universal que permitiría agrupar al Todo de LA Mujer.
Al respecto, vale considerar como verificación de nuestras hipótesis una nota reciente de un periódico
tradicional —es decir: conservador— de nuestro país, en la que los directivos de Facebook
anuncian que ofrecerán en su portal a sus usuarios, para ser
identificados a partir de…¡cincuenta y cuatro opciones diferentes
de identificación de género! Sí: ¡54!
“Facebook acaba
de anunciar que ofrecerá
a sus usuarios 50 opciones de identificación de género. En la categoría que figura
dentro de Información Básica, el desplegable ahora incluye opciones
personalizadas y no binarias, como intersexo,
neutro, andrógino, sin género, género dudoso,
género fluido, variante de género, queer o ninguno.”
Para agregar, la misma nota, al dar la palabra a uno de los
directivos de Facebook:
“…lamentablemente,
en muchos idiomas no existe
la manera de referirse a un ser humano sin incluir
su género – plantea alex Schultz, vicepresidente de crecimiento de
Facebook, punta de lanza de este emprendimiento–. Pero lo que nosotros
queremos es darle a la gente opciones para expresar quiénes son realmente,
para permitirles ser quienes auténticamente son.”
Curiosa respuesta, para no incluir el género ¡ofrecen más de 50 posibilidades de identificación de género! Ya lejos del binarismo tradicional
que los usuarios del non-gender
rechazan, Facebook se sube a la ola de la desnaturalización del sexo ofreciendo en su portal –más acá
de la cuestión del género- algo que debe ser destacado, el ideal que alberga cada
clasificación: ofrecer un ser que realmente nombre la singularidad de cada
cual.
La sexuación, hueso real de la sexualidad en los
humanos está a la orden del día subida –ella también- al cenit de la civilización emplazando las variaciones de los modos de gozar.
3 - Nuestra orientación : lo real de la sexuación vs. la Identidad de género
La ley de identidad de género desde
hace ya tres años está
vigente en la Argentina; antes de su promulgación efectuamos en un espacio del ICDEBA
(Ateneo de Psicoanálisis y Género) algunas puntualizaciones que ahora,
para finalizar, retomaremos.
Ø A
la elección del sexo la llamamos: sexuación
Con una escritura que parodia la lógica matemática, el doctor Lacan indicó que la
sexualidad humana no puede ser reducida a la distribución de los cuerpos entre hombres y mujeres a partir de un binarismo
natural o cultural. Esta inadecuación hombre-mujer la formuló de un modo provocador al afirmar que no hay relación sexual, indicando de este modo la
falta de complementariedad en las formas de gozar de un lado y del otro de –lo que denominó- la sexuación.
En este punto la ley de
identidad del género, al permitir que cada quien
pueda corregir su identidad sexual contrariando a la que recibió en su organismo, se orienta (hasta podríamos decir: ¡se autoriza!) en la
premisa psicoanalítica según la cual hay determinación del sexo, elección sexuada. Más allá de la clasificación de la sexualidad que implosiona en las
variedades del género, se trata de dos y sólo dos
posiciones sexuales, las que localizamos a partir de la barra vertical: lado
macho y lado femenino (o No-Todo). A ellas las caracterizamos con el predominio
del falo en el nombre del padre -del lado macho-; y en el más allá
de los semblantes paternos del Otro lado, el femenino,
el del No-Todo. Es éste el principio que nos rige, nuestra brújula.
Ø La
‘rectificación registral del sexo’ no es equivalente a la elección inconsciente
del sexo
La ‘identidad de género’ permite una
‘reasignación sexual´, una ‘rectificación de género’
mediante operaciones de cambio de sexo. Pero el
debate va más allá
de lo real de la anatomía, ya que introduce
otra cuestión: la nueva identidad sexual puede tramitarse ante el Registro
Nacional de las Personas expresando el sujeto ‘ser de un
sexo diferente del biológico’. De este
modo se separa (se vuelve a separar) el cuerpo del nombre; el sexo de la
identidad, ya que incluso no es necesaria la cirugía para
transformar la identidad sexual sino que basta tan sólo con una
declaración jurada para dejar de ser hombre-mujer.
El aspecto progresivo de esta ley es evidente, en principio porque
implica el reconocimiento de derecho de las minorías sexuales
al ofrecerles un amparo jurídico desde la cuestión identitaria, poniendo un freno legal a la violencia discriminatoria
ejercida sobre transexuales, travestis, gays, lesbianas, etc. –que incluye, especialmente, las asiduas intimidaciones por parte
de personeros de las fuerzas públicas. Pero hay un aspecto
de la ley que es, al menos, inquietante. A partir de la inexistencia de una
bipartición natural, el sexo se construye por una compleja trama de
identificaciones de las que el Otro de la referencia socio-familiar participa
necesariamente, y el psicoanálisis ha descubierto que las coordenadas
significantes de la identificación se hallan siempre encausadas por las
singulares marcas producidas en cada Uno por el traumatismo de la no relación sexual. Es así que las ficciones de los fantasmas hacen
existir ahí mismo (en esas marcas) una relación donde no
la hay (donde no la había), apoyándose en los
bordes del cuerpo para extraer de allí goce. La
paradoja que encuentra el psicoanálisis es que la elección de sexo siempre es inconsciente -determinada por el modo
singular de satisfacción pulsional- pero que requiere del consentimiento
de cada parlêtre para ratificarla o rectificarla.
Llegados a este punto es preciso interrogar las condiciones de
este consentimiento cuando el cambio de la identidad sexual se realiza –sin más soporte- en una oficina administrativa de la burocracia de los
estados con el único requisito de la mayoría de edad y
la manifestación de que la inscripción del ciudadano en el nacimiento no
coincida con “con su identidad de género autopercibida” , lo que “siente en el
cuerpo”.
No se trata de introducir en esta hiancia entre lo natural y lo
real de la sexuación nuestros prejuicios, sino de ofrecer a cada parlêtre el espacio analítico para reconsiderar lo que se ha producido entre su nacimiento
en manos del Otro y la localización inconsciente del sexo, para
reconsiderar a partir de allí su demanda de ‘rectificación registral del sexo’.
Las consecuencias de las transformaciones de la intimidad nunca
son gratuitas y una intervención en el plano simbólico para reasignar el sexo puede producir efectos indelebles y –sobre todos- irreversibles en la subjetividad.
Ø No
ceder en los principios: ni el cuerpo es el organismo, ni el género lo real del
sexo
Revisemos ahora nuestras clasificaciones. Hasta hace muy poco
tiempo una repartición parecía organizar
nuestra casuística: el travesti, considerado como aquel transformista que no
tocaba lo real del organismo, sino que acudía a los
semblantes femeninos para ofrecerse a la mirada del Otro, parodiando a la mujer
fálica para obtener de allí un goce
particular; mientras que por la otra orilla transitaba el transexual, aquél que por haber transformado su cuerpo interviniendo en lo real de
su organismo, se lo pre-clasificaba en el campo de las psicosis. Pero hoy que
los travestis ‘transexualizan’ sus cuerpos
al implantarse prótesis en sus organismos, ¿han devenido
por ello transexuales? ¿O sólo lo serían si se
implantaran genitales (mujeres) o si se los amputaran (hombres)? ¿Deberíamos por ello pre-clasificarlos, entonces, también a ellos de psicóticos?
De hacerlo así, mecánicamente,
inscribiríamos nuestros prejuicios en la nosología,
aplastando lo singular de cada caso en la generalidad clasificatoria que
ofrecen los fenómenos. Aquí –una vez más- el buen sentido podría perdernos, buscando en las conductas la
norma-padre de la desviación: retrocediendo –por ejemplo- a los ‘degenerados’ freudianos de 1905 catalogados todos de ‘perversos’. De hecho,
se trata de leer de otro modo la casuística a
partir de la apertura de los modos de goce que la época
promueve, modos de goce que determinan formas de vida e impregnan con sus
vestimentas la variedad de los fenómenos del género.
Hoy -más que nunca- debemos estar advertidos de que los síntomas contemporáneos
responden a las manipulaciones realizadas sobre el organismo: en ellos el
cuerpo se muestra como superficie de inscripción de
sucesivos goces (en cortes, tatuajes, piercings, ablaciones, implantes, intervenciones…).
Por ello es preciso inventariar las consecuencias que
las tecno-ciencias producen –de la mano del
mercado: Impossible is nothing!- al
ofrecer el sueño de hacer posible lo imposible. Aclaremos: esas transformaciones
operan sobre lo real de los organismos
(implantes, ablaciones), pero nada asegura que con la manipulación realizada se produzca la modificación concomitante
en los cuerpos (al menos no en la
dirección pretendida). Que los organismos se conviertan según lo esperado por medio de la cirugía, no
implica que los cuerpos respondan ‘satisfactoriamente’ a esa transformación.
La delicada cuestión que aquí nos interpela
es que además de respetar los derechos a la elección de una
identidad sexual se abre la responsabilidad ética de
ofrecer a la comunidad nuestra práctica para que aquél –o aquella- que así lo deseare reflexione sobre la
rectificación sexual que ha decidido, evaluando sus posibilidades reales de
efectuación y advertir sobre lo que se pone en juego en tal decisión y los riesgos reales que se corren en cada caso.
No es poca cosa ofrecerle al sujeto transexual un tiempo de comprender -el tiempo de poner
a prueba los fundamentos y consecuencias de su decisión- que le
permita aliviar la urgencia que se instauró entre la
angustia del instante de ver -cuando
tempranamente comprobó que su sexo no se correspondía con su nombre- y la presión del momento de concluir -que lo empuja a
consumar la decisión ‘cuanto antes’, sin ningún tipo de
consideración, en ocasiones, acerca de lo irreversible de tal decisión.
La cuestión es muy compleja, pues, por ejemplo, el ‘empuje a la mujer’ (irrupción deslocalizada
del goce en el cuerpo que -para ser nombrada, situada- impulsa a un hombre a
transformarse en mujer) ya se tramita por la vía quirúrgica y existen casos comprobados de desencadenamientos de
psicosis producidos luego de la intervención ablativa. Se
constata que no es lo mismo el anudamiento que podría producir
en ciertos casos el sentimiento del ‘empuje a la mujer’, que el desanudamiento desencadenado por
su realización efectiva.
Por lo pronto no se trata de producir una intervención clasificatoria de los trastornos y
desviaciones de conductas a partir de una supuesta norma sexual que habría sido transgredida[3],
sino de intentar un ‘uso lógico del síntoma’ que nos
permita evaluar en cada caso cómo se ha producido ‘la pura percusión del significante en el cuerpo’. Y es en tanto que el
psicoanálisis comprueba que no hay una justicia distributiva en relación con los sexos, que nos corresponde advertir a la comunidad y al
Estado sobre los riesgos de impulsar una justicia compensatoria que pudiera
transformarse en un (nuevo) empuje generalizado
al goce.
Y para dejar este punto, respecto de la práctica analítica que sostenemos, restan –al menos- dos verificaciones por efectuar, las que declinan en
interrogaciones:
La primera, ¿cuál será el destino del amor en el siglo XXI a partir de las
transformaciones del género y de la intimidad? La segunda, un
problema crucial para nuestras Escuelas: ¿hasta qué punto sostenemos nuestros principios, más acá del empuje del mercado de consumo hípermoderno?
[1]“Siempre se puede explicar que la estructura del no-todo es
abstracta y que, de hecho, en la realidad las cosas no funcionan así. Y es que esta máquina
implica la constitución insistente de micro-totalidades que, al ofrecer nichos,
abrigos, cierto grado de sistematicidad, estabilidad, codificación, permiten restituir cierto dominio. Sin embargo, esto es
a costa de una especialización extrema de los sujetos allí atrapados, que traduce
la presencia de dicha máquina.
Así para
restituir un dominio, es preciso elegir un campo muy restringido de
significantes, un campo muy restringido de saber”.
[2] Las
micro-totalidades encuentran en las tribus urbanas una modalidad paradigmática de su manifestación.
Ellas, desde la coalescencia saber + goce, anudan a sus integrantes en torno de
un rasgo diferencial; se nombra un goce, se lo aísla,
se lo asocia con un saber bien delimitado, se inventa una clase a partir de
destacar esa coalescencia goce/saber ¡y
ya está!, se ha constituido una
micro-totalidad: Skaters; Grunges; Góticos; Heavies; Hard Cores; Skin
Heads; Emos; Raperos,Floggers...la lista no cierra, mostrando su inconsistencia
estructural. El elemento aglutinante de las tribus parece ser –lo que llamaré- un goce éxtimo: exclusión del universo
social con inclusión solidaria en la banda; marginación de las leyes del Otro con inserción fuertemente normativa en su micro-totalidad. Las
substancias tóxicas suelen ser coadyuvantes del lazo
asociativo, y en ocasiones advienen rasgos determinantes del accionar
compartido, como sucede en una modalidad de ciertas tribus urbanas: el rito del
botellón.
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