NIÑOS VIOLENTOS*
Intervención de clausura de la 4ta Jornada del 
Instituto del Niño
Por Jacques-Alain Miller
18 de marzo del 2017
Niños violentos es el título que escogí en 
diálogo con Daniel Roy para la próxima jornada del Instituto Psicoanalítico del 
Niño. Las dos palabras están escritas en plural, el niño violento no es un 
ideal-tipo. D. Roy me pidió abrir algunas pistas de trabajo para la preparación 
de esta jornada en el Instituto; le devolví este honor y el me proporcionó una 
lista de temas que va a merecer ser publicada.
El síntoma, en la encrucijada
Mi primer pensamiento fue de preguntarme si la 
violencia en el niño era un síntoma. A menudo es mi método -partir de la primera 
idea que me vino a la cabeza, sin juzgar si ella es buena o mala. Es un 
principio que puede autorizarse por el psicoanálisis. Dado que se trata de abrir 
un trabajo, desarrollaré mi hilo de pensamiento a partir de ese punto de 
partida. Si presentase delante de ustedes un trabajo terminado antes que pistas 
de trabajo, al final de mi exposición comenzaría la elaboración de un trabajo 
finalizado. Como método, pienso en esa frase del General De Gaule en sus 
Memorias: “Hacia el Oriente complicado, volaba con ideas simples”. Soy, 
yo también, partidario de volar con ideas simples. Lacan lo permite pues, cuando 
se aborda un tema a partir de su enseñanza, se aplica a menudo enseguida la 
repartición entre real, simbólico e imaginario. El solo hecho de aplicar esa 
grilla sobre una cuestión les da generalmente un punto de partida. Cuando una 
pregunta es complicada, soy de partir de ideas simples; cuando una pregunta es 
simple, estoy para complicarlas -complicándolas, se produce un cierto efecto 
caótico de donde pueden surgir ideas.
Mi punto de partida fue entonces preguntarme si 
la violencia en el niño era un síntoma, y por qué. Ya que dicho síntoma en 
Psicoanálisis se llama desplazamiento de la pulsión, o en términos freudianos, 
sustitución de una satisfacción de la pulsión -lo que, en lacaniano, puede 
traducirse por goce. Además, ¿la violencia no se produce justamente cuando no 
hay ese desplazamiento, esa sustitución, ese Ersatz, como se expresaba 
Freud? He ahí la pregunta que me hice: ¿la emergencia de la violencia no es el 
testimonio que no hay una sustitución de goce?
En esa perspectiva, quise asegurarme de la 
definición freudiana del síntoma. Para encontrar los lugares donde Freud habla 
del síntoma, tuve la debilidad de tomar el 
Vocabulario del psicoanálisis 
y, con gran estupefacción, me di cuenta -les cuento mi pequeño viaje- que no hay 
una entrada “síntoma” en el 
Vocabulario… de Laplanche y Pontalis, al 
menos en la edición que dispongo y que debe ser la primera. A falta de la ayuda 
de Laplanche-Pontalis, tuve que dirigirme directamente a Freud y, para 
simplificar, a 
Inhibición, síntoma y angustia que me gusta bastante sobre 
“Los modos de formación de los síntomas” -Lacan lo sigue con mucha exactitud en 
su texto 
La dirección de la cura y los principios de su poder. En el 
capítulo II de 
Inhibición, síntoma y angustia, Freud define el síntoma 
como 
Anzeichen und Ersatz, es decir, “signo y sustituto”, 
einer 
Triebberfriedigung, “una satisfacción de la pulsión”. Freud añade un 
adjetivo, 
unterbliebenen, que se encuentra en el diccionario 
Harrap´s 
francés-alemán -reconocemos ahí el prefijo 
unter, que significa 
“abajo” o “por debajo”, pero que implica también otro sentido, notablemente “lo 
que no tuvo lugar, lo que no se reproduce más”. En su excelente traducción de 
Inhibición, síntoma y angustia, Michel Tort traduce esa frase por “el 
síntoma sería el signo y el sustituto de una satisfacción pulsional que no tuvo 
lugar”
[1]. Si tuviera que haberla traducido, habría dado un pequeño 
acento heideggeriano al adjetivo diciendo “una satisfacción no advenida”.
El goce rechazado
El síntoma se define aquí como el 
Ersatz, 
diría, de un goce rehusado. Emplearía ese adjetivo porque tengo en la cabeza la 
frase de Lacan sobre la cual se termina 
Subversión del sujeto…, poco 
después que Lacan haya hablado del “narcicismo supremo de la Causa perdida”. La 
última frase es la siguiente: “La castración quiere decir que el goce es 
rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del 
deseo”
[2]. Esa definición de la castración merecería figurar en un 
Vocabulario lacaniano. La castración no es aquí definida a partir del 
falo, está definida directamente a partir del goce, es decir a partir de la 
pulsión. Está definida a partir de lo que Lacan designa muy precisamente como 
rechazo del goce, lo que introduce una referencia a la iniciativa del sujeto, en 
el cuadro de una elección -se acepta o se rechaza.
Me viene a la cabeza una imagen icónica de 
Hércules en la encrucijada, debiendo escoger, en la fábula de Prodicos de 
Ceos, entre el camino del vicio y el camino de la virtud. Es un paradigma 
barroco al cual Erwin Panofsky consagró un estudio, un pequeño libro
[3]. Es Hércules, si puedo decirlo, después de la infancia, en 
el umbral de la edad adulta, situado delante de la elección de la virtud, camino 
arduo que pasa por el trabajo, o de la voluptuosidad. Esta historia conoció 
varias representaciones, en el final del siglo XIV y el siglo XV. Consulté 
entonces en 
Google indicando simplemente “Hércules en la encrucijada” y 
encontré un artículo muy interesante que ustedes encontrarán si lo desean
[4].
Así, castración = rechazo del goce, en lo 
siguiente el goce no tendrá lugar. Lacan introduce un razonamiento marcado de la 
dialéctica, el goce debe ser rechazado para ser alcanzado. El goce no 
debe tener lugar para advenir. Se creería que es una artimaña del goce como 
Hegel habla de artimaña de la razón. Se trata del hecho que la castración es un 
desplazamiento del goce, que el goce debe ser rechazado sobre un cierto plano 
para ser alcanzado en el nivel de la ley. Debe ser rechazado en lo real para ser 
alcanzado bajo la égida de lo simbólico. Es lo que Lacan llama la ley del deseo, 
es precisamente ese rechazo del goce en lo real, el pasaje del goce hacia 
debajo. Es lo que la metáfora paterna repercute, que es la traducción en 
términos edipianos del proceso de la represión, y que puede ser generalizado si 
se pone que el operador esencial de la represión es el lenguaje mismo, la 
palabra, que opera ese pasaje hacia debajo del goce, en el sentido donde bloquea 
su advenimiento.
El precio que pagar de este proceso, el resultado 
del proceso de represión, como se expresa Freud, es precisamente el 
síntoma. El precio a pagar de la represión es la formación del síntoma como 
signo y sustituto de un goce no advenido. Dicho de otra manera, la legalización 
del goce se paga con la sintomatización. El ser humano como parlêtre está 
destinado a ser sintomático.
De este hecho, el goce es siempre un goce 
desplazado, como se habla de personas desplazadas -el goce no en el mismo lugar, 
no en su lugar original, totalmente exiliado. No es sin relación a nuestra 
actualidad. Digamos solamente que los migrantes vienen a buscar en Occidente lo 
que para ellos es otro goce- se espera a cientos de millones de personas a lo 
largo del siglo XXI, ese será un fenómeno a la vez masivo y esencial en la 
restructuración de nuestras sociedades. De ese modo, esas grandes migraciones 
son un síntoma del malestar en la cultura en el mundo civilizado, tanto en su 
civilización como en la nuestra. Dejo de lado esto en el marco de esta 
exposición. Me contento con decir que es el fondo sobre el cual aprecio las 
frases de Lacan citadas muy recientemente por Antonio di Ciaccia, quien termina 
su artículo escribiendo: “Si queremos recurrir a una brújula, recordemos con el 
escrito “Joyce el Síntoma” de Lacan, que “la historia no es nada más que una 
fuga, de la cual no se cuentan sino los éxodos” y que “no participan en la 
historia sino los deportados.”
[5]”. Se trata del éxodo del goce, del goce que fue 
deportado.
Diez puntos sobre la violencia en el 
niño
Una vez fijadas estas ideas simples, propondré 
algunos puntos que conciernen la violencia en el niño.
- Primer punto, punto de partida que pondré en 
cuestionamiento en lo que sigue, la violencia en el niño no es un 
síntoma.
- Es lo contrario de un síntoma.
- No es el resultado de la represión, sino más 
bien la marca de que la represión no operó.
- Hagamos un paso más preguntándonos ¿de qué pulsión 
la violencia, y especialmente la violencia en el niño, sería la satisfacción? 
Probaré esta respuesta –la violencia no es el sustituto de la pulsión, ella 
es la pulsión. No es el sustituto de una satisfacción pulsional.
La violencia es la satisfacción de la pulsión 
de muerte. Remarquemos en efecto que el adversario de Eros, en el mito al 
que Freud se refiere, el adversario del amor no es el odio, es la muerte, 
Tánatos. Hay que diferenciar la violencia y el odio. El odio está del mismo lado 
que el amor. El dio como el amor están del costado de Eros. Es la razón por la 
cual Lacan justifica hablar de odionamoración, vocablo afortunado. El 
amor como el odio son modos de expresión afectiva de Eros.
- El odio está del costado de Eros, en efecto es un lazo al otro muy 
fuerte, es un lazo social eminente.
Leí recientemente en algún lugar un Llamado 
contra los partidarios del odio. Me dije que no soy un partidario del odio. A 
Marine Le Pen no la odio; de cierta manera, no la quiero tanto como para 
odiarla. En ese orden de ideas, soy más bien llevado a mofarme.
Al contrario, en la corriente en la que está 
tomada, una odionamoración hacia los judíos es muy legible. Se les da 
poderes fantásticos. El pueblo judío es objeto de una extraordinaria 
fascinación, antiguo pueblo que ha sobrevivido a la persecución gracias a su 
relación a la letra, al litoral de la letra. Es a la vez un objeto de 
fascinación y de repulsión, mientras que, por mi parte, no odiando a los fachos, 
estoy sin embargo llevado a una violencia según su óptica.
- La violencia está del costado de Tánatos. Para retomar el título de 
un libro célebre de La Boétie, el amigo de Montaigne, es el goce del Contr’un[6]. En Freud, clásicamente, Eros fabrica el Uno, pone en 
vínculo, mientras que Tánatos deshace los Unos, desliga, fragmenta, hasta diría 
que desarma a lo rompecabezas, para retomar una famosa frase de los 
Tontons flingueurs.
El niño violento, es aquel que rompe y que 
encuentra una satisfacción en el simple hecho de quebrar, de destruir. Habrá que 
interrogarse sobre el goce que está ahí implicado y sobre lo que se podría 
llamar “el puro deseo de destrucción”. Cuando se denuncia los camorristas, se 
denuncia a fin de cuentas el puro goce de romper. No se denuncia la política de 
los camorristas, se denuncia el plus-de-goce implicado en la violencia de 
los camorristas.
A propósito de eso -les doy mis asociaciones de 
ideas-, se le ha reprochado mucho a André Breton la frase en la cual, en el 
“Segundo manifiesto del surrealismo”, define el acto surrealista. Todas las 
almas bellas están ahí implicadas, siendo una de las primeras la de Albert 
Camus, quien le consagró algunos reproches. Por mi parte, me gusta mucho esa 
frase de A. Breton -en el contexto de hoy, no se la pueda confiar a todo el 
mundo. “El acto surrealista más simple consiste, con revólveres en puño, en 
descender en la calle y disparar al azar, lo que más se pueda en la multitud”. 
Después del Bataclan y de otros incidentes pasados, presentes y por venir, 
evidentemente, es problemático. Esa frase fue muy reprochada a A. Breton. 
¡Imagínense un poco si dijera eso hoy!
Pero hay que decir la segunda frase: “Quien no ha 
tenido, al menos una vez, ganas de terminar la especie con el pequeño sistema de 
envilecimiento y de cretinización en vigor en su lugar tan marcado en la 
multitud, vientre en alto de cañón”. La segunda frase hace comprender la 
primera. Hace comprender que no se trata sino de un fantasma. Breton dice que 
hay que haber tenido ganas al menos una vez. No dice que hay que haberlo hecho. 
El acto surrealista, como lo dice, es el acto terrorista, pero por medio del 
semblante. El surrealismo no es un terrorismo. O es “el terror de las letras”, 
como se expresa Jean Paulhan. Es una postura literaria.
Los surrealistas han estado animados por el deseo 
de pasar en los inferiores de la civilización para rencontrar el mundo no 
alterado de la pulsión, para poner la escritura en el diapasón de la pulsión. Es 
un sueño, pues piensan alcanzarlo, no por el manejo de las armas, sino por un 
cierto uso del lenguaje, el cual es no obstante el resorte primero de la 
represión.
Leo que “revolver” está en plural y “puño” en 
singular en la fórmula “revólveres en puño”. Si se tratase verdaderamente de 
revólveres, habría que poner “puños” en plural, ya que no se puede tener dos 
revólveres en la misma mano. No he visto eso en ninguna película del Viejo 
Oeste. Revólveres en puño quiere decir esferos a la mano. En la 
representación cinematográfica común de los asesinos, el asesino de la mafia 
dispara fríamente, sin frase precisamente. Breton había tomado todas esas 
precauciones, ya que añadía en una nota que su “intención no era el 
recomendarlo”. No veo lo que habría que reprocharle. No hacía sino dar un eco 
sensacional a lo que André Gide había puesto en escena en Las cuevas del 
Vaticano -que, pensémoslo, son de 1914, antes de una gran masacre que no fue 
sino semblante -, a saber, que el acto gratuito es precisamente aquel de 
Lafcadio arrojándose del tren el pobre Amédée Fleurissoire. Los surrealistas 
estuvieron fascinados por ese pasaje del acto gratuito en Gide. No desarrollaré 
lo que Marguerite Bonnet (a quien conocí en la mesa de Lacan), erudita en cuanto 
a Breton, señaló en esa época.
El acto gratuito, es decir el acto gratuito de la 
violencia, fascinaba, porque Gide hacía de él precisamente un asesinato 
irracional, que presentaba como colmo de la libertad porque estaba suelto de 
cualquier causa. Si lo imaginamos, es una versión de la causa perdida. Se trata 
en ese imaginario de un acto sin razón que se opone al principio de razón de 
Leibnitz que quiere que nada no sea sin razón. Es a lo que Angelus 
Silesius respondió por adelantado en su famoso verso, comentado por Heidegger y 
citado por Lacan –La rosa es sin por qué.
Tratándose de los niños violentos, no 
hipnotizarse sobre la causa. Hay una violencia sin porqué que es su propia 
razón para ella misma. Es solamente en un segundo tiempo que se buscará un 
determinismo, la causa, el plus-de-goce que es la causa del deseo de destruir, 
de la activación de ese deseo. Como le decía, se la encuentra por regla general 
en una falla del proceso de represión o, en términos edipianos, en un fracaso 
de la metáfora paterna.
- Tratemos de introducir una pragmática del abordaje de los niños 
violentos en nuestro campo. Puede que la violencia del niño anuncie, exprese 
una psicosis en formación. A mi modo de ver, hay que interrogarse sobre los 
puntos siguientes: a)¿La violencia en el niño es una violencia sin frase? ¿Es la 
pura irrupción de la pulsión de muerte, un goce en lo real? b) ¿El paciente 
puede ponerla en palabras? ¿Es un puro goce en lo real o bien está simbolizado o 
es simbolizable? c) Que sea un puro goce en lo real no señala necesariamente una 
psicosis. No constituye necesariamente una promesa de psicosis. Traduce en todos 
los casos un desgarro en la trama simbólica en la cual se trata de saber si es 
puntiforme o extendida. d) Si se trata de una violencia que puede hablarse -hay 
algunas veces violencias parlanchinas-, que por saber qué dice. Se buscan 
entonces lo que llamaré una traza de la paranoia precoz.
Un colega vino ayer a exponerme en control el 
caso de un joven adulto a propósito del cual se preguntaba “¿psicosis o no?”. 
Hablando, encontramos en su historia el hilo de una posición de aislamiento, de 
un sentimiento de estar aparte con el esbozo de un “ellos hablan” –ellos: 
sus compañeros, los otros alumnos-, “ellos hablan mal de mí”, es decir un ligero 
y más bien muy ligero afecto de difamación. Nada más que eso, que era muy 
sostenido, pues la colega no me lo había señalado al comienzo, constituía ya un 
empuje-a-la-mujer infantil. De adulto joven, lo encontramos locamente 
enamorado de un antiguo camarada de clase, al punto que la colega me hablaba de 
erotomanía, pero no en el sentido de de Clérambault, ya que era él que amaba a 
ese chico.
En el encuadre de nuestra búsqueda sobre los 
niños violentos, buscamos las trazas discretas de paranoia precoz, no olvidando 
que el sujeto aparece, que el niño nace bajo la égida de la paranoia. Como lo 
indica Lacan en “Posición del inconsciente”, el sujeto, “eso habla de él, y es 
ahí que se lo aprehende.
[7]” La “Observación sobre el reporte de Daniel Lagache…”
[8] conlleva también un pasaje importante sobre la 
determinación del sujeto por el discurso que le es anterior. Antes que aparezca, 
eso habla de él.
Por un lado, se puede utilizar la visión 
determinista del niño. Hay la causa de la violencia cuando, buscando 
clásicamente en la relación, el diálogo de los padres, el discurso del ambiente, 
uno se da cuenta que el niño puede estar asignado desde muy temprano al lugar 
del violento, del camorrista; el analista le permitirá entonces tomar distancia 
con el significante asignado por el Otro. Por otro lado, el sujeto debe ser 
considerado como lugar de indeterminación; nos preguntamos entonces “¿Qué 
elección hizo? ¿Qué orientación tomó?”; ahí, la respuesta no es deducible, la 
causalidad no puede ser señalada. Eso no se aborda sino retroactivamente, de ahí 
la necesidad de ser muy minucioso en la lista de propósitos de ese niño.
La violencia que habla puede ser de orden 
paranoico como puede ser de orden histérico. Se dirá que es de orden histérico 
cuando tenga valor de demanda de amor o de queja por la falta-en-ser, es 
decir cuando se sitúe en el registro de Eros. En el registro de Eros, la 
violencia del niño es el sustituto de la satisfacción no-advenida de la demanda 
de amor. Ahí, en efecto, la violencia es un síntoma, y, se puede decir, un 
mensaje invertido -lo que corrige el carácter absoluto de lo que había 
presentado en el punto 1.
- En lo que concierne propiamente la represión de la Triebbefriedigung, 
tomando en cuenta al Freud posterior a Inhibición, síntoma y angustia, se 
debe también interrogar sobre la defensa en el lugar de la pulsión, una defensa 
que se inscribe más acá del nivel de la represión. Hay que distinguir cuando 
la violencia vuelve a salir por un fracaso del proceso de represión o una falla 
en el establecimiento de la defensa. Evidentemente, se la espera más 
fácilmente en el primer caso que en el segundo. Aún si la violencia en el niño 
es de orden psicótico, se puede intentar implantarle un significante de 
autoridad, un Ersatz que haga oficio se significante-amo. Eso puede 
encontrarse a veces cuando se trata de un niño criado por una pareja de mujeres. 
Una de ellas toma en general la función, el valor, de S1. Eso puede 
encontrarse en los matrimonios de lesbianas contemporáneas, pero también cuando 
un niño es criado por su madre y su abuela, como es el caso de un hombre de 
política distinguido que habla de ello de buen grado y que parece haberse 
desarrollado normalmente, aun si tiene una relación difícil con la 
difamación.
- Hemos evocado el pasaje de la violencia del real a lo simbólico, no 
olvidemos lo imaginario. Para acercarse a los dos primeros registros, hay que 
distinguir la violencia como emergencia de una potencia en lo real y la 
violencia simbólica inherente al significante que cabe en la imposición de 
un significante-amo. Cuando esa imposición de un significante-amo falta, el 
sujeto puede encontrar un Ersatz marcándose él mismo -escarificación, 
tatuaje, piercing, diferentes maneras de cortarse, de torturarse, de hacer 
violencia a su cuerpo.
Hoy, está tan generalizado que eso está en la 
moda, es un fenómeno de civilización, es superficial, pero diría que es el 
síntoma de la perturbación que conoce el orden simbólico heredado de la 
tradición. Esos síntomas vuelven a resurgen a lo que, delante del público que 
forman, llamaré en esta circunstancia “la psicosis civilizacional 
normal”, es decir compensada, con suplencia.
Dicho esto, queda saber por qué ciertos sujetos 
son más sensibles que otros al punto de tener que ejercer una violencia a sus 
cuerpos. Por ejemplo, hoy los transgéneros, que se manifiestan a menudo muy 
temprano en la infancia, han obtenido un reconocimiento social y jurídico que 
era antaño rechazado aun a los homosexuales. No impide que toda modificación 
deseada del cuerpo propio por un acto quirúrgico justifique una visión 
analítica. Se me dirá –En fin, bueno…los implantes capilares, la cirugía 
dentaria, la cirugía estética, ¿no irá a poner al psicoanálisis a ese nivel? 
Hay que ver…Se sabe que en efecto hay actos de cirugía estética que resurgen a 
la corrección neurótica de la imagen del cuerpo, pero que otros están claramente 
inspirados por la psicosis.
- En lo que concierne a la violencia en lo imaginario -no lo 
desarrollaré-, nos referiremos al estadio del espejo, que es una forma 
sincrética entre la observación de un hecho clínico por un psicólogo, el 
profesar Henri Wallon, y la dialéctica del amo y del esclavo en Hegel, puesta en 
relieve por Alexandre Kojève, dicho de otra manera, es un bricolaje genial de 
Lacan entre Wallon y Kojève. Ese bricolaje, se constata que anda, que 
funciona…Es una idea simple que pondremos en juego en nuestras investigaciones 
sobre los niños violentos. He ahí lo que me inspiran los primeros puntos que 
señaló D. Roy: cuando el otro eres tú y tú eres el otro (transitivismo); 
cuando el otro es un intruso y roba el objeto más precioso (el término lacaniano 
de celogoce[9], que fusiona celos y goce). Les dejo la tarea de 
releer el artículo de Lacan sobre “El estadio del espejo…” y aquel sobre “La 
agresividad en psicoanálisis”. Se trata evidentemente de un registro muy 
diferente cuando, como lo dice D. Roy, el niño se golpea la cabeza contra los 
muros…del lenguaje, ya que el fenómeno traduce entonces el fracaso del 
proceso de defensa.
Concluyo. Dejo en blanco la violencia en el niño 
considerado como un sinthoma, en el otro cabo de la enseñanza de Lacan. 
Recordaré simplemente que hay que hacer su lugar a una violencia infantil como 
modo de gozar, aun cuando es un mensaje, lo que quiere decir no entrar en él de 
frente. Jamás olvidar que no pertenece a un analista ser el guardián de la 
realidad social, que tiene el poder reparar eventualmente una falla de lo 
simbólico o de reordenar una defensa, pero que, en los dos casos, su efecto 
propio no se produce sino lateralmente. El analista debe, a mi criterio, 
proceder con el niño violento de preferencia con dulzura, sin renunciar a 
maniobrar, si hay que decirlo, una contra-violencia simbólica.
No se aceptará a ojo cerrado la imposición del 
significante “violento” por la familia o la escuela. Ese puede ser solamente un 
factor secundario. No hagamos negligencia a que hay una revuelta del niño que 
puede ser sana y distinguirse de la violencia errática. Esa revuelta, estoy para 
acogerla, porque una de mis convicciones se resume en lo que el presidente Mao 
había expresado en estos términos: “Se tiene razón en rebelarse”
[10].
*Traducido por Patricio Moreno Parra (Comentarios 
a pachuko84@hotmail.com)
[1] S. Freud. “Inhibición, síntoma y angustia”, in 
Obras 
completas, volumen XX. Buenos Aires : Amorrortu Ediciones, 2010.
 
[2] J. Lacan. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el 
inconsciente freudiano”, in 
Escritos, tomo II. México: Siglo XXI 
Editores, 2013.
 
[3] Cf. E. Panofsky. 
Hercule à la croisée des chemins. 
Et autres matériaux figuratifs de l’Antiquité dans l’art plus récent. París: 
Flammarion, 1999.
 
[4] M.-P. Harder. “Hercule à la croisée des chemins, figure 
exemplaire de la conscience baroque ?”, Silène, revue du Centre de recherches en 
littérature et poétique comparées de Paris Ouest-Nanterre-La Défense, 18 
septembre 2008 (www.revue-silene.com).
 
[5] A. di Ciaccia. “Contre une dérive si funeste”, 
Lacan 
Quotidien, n
o 636, 20 de marzo del 2017.
 
[6] Cf. La Boétie É. de, De la servitude volontaire ou Contr’un. 
París : Gallimard, 1993.
 
[7] J. Lacan. “Posición del inconsciente”, in 
Escritos, 
tomo II. México: Siglo XXI Editores, 2013.
 
[8] J. Lacan. “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: 
Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, in 
Escritos, tomo II. 
México: Siglo XXI Editores, 2013.
 
[9] Jalouissance: en francés neologismo formado a partir de 
jalousie (celos) y 
jouissance (goce).
 
[10] Véase el artículo de J.-A. Miller. “Comment se révolter”, 
in 
La Cause freudienne, n
o 75, julio 2010, pp. 212-217.