Violencia Estudios Lacanianos

Responsables del VEL: Ernesto Derezensky,Marcelo Marotta y Graciela Ruiz. Gustavo Kroitor, Ernesto Rizzo y Patricia Sawicke.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Psicoanalaisis Lacaniano . Jacques-Alain Miller Niños violentos



Niños Violentos


NIÑOS VIOLENTOS*
Intervención de clausura de la 4ta Jornada del Instituto del Niño
Por Jacques-Alain Miller
18 de marzo del 2017

Niños violentos es el título que escogí en diálogo con Daniel Roy para la próxima jornada del Instituto Psicoanalítico del Niño. Las dos palabras están escritas en plural, el niño violento no es un ideal-tipo. D. Roy me pidió abrir algunas pistas de trabajo para la preparación de esta jornada en el Instituto; le devolví este honor y el me proporcionó una lista de temas que va a merecer ser publicada.
El síntoma, en la encrucijada
Mi primer pensamiento fue de preguntarme si la violencia en el niño era un síntoma. A menudo es mi método -partir de la primera idea que me vino a la cabeza, sin juzgar si ella es buena o mala. Es un principio que puede autorizarse por el psicoanálisis. Dado que se trata de abrir un trabajo, desarrollaré mi hilo de pensamiento a partir de ese punto de partida. Si presentase delante de ustedes un trabajo terminado antes que pistas de trabajo, al final de mi exposición comenzaría la elaboración de un trabajo finalizado. Como método, pienso en esa frase del General De Gaule en sus Memorias: “Hacia el Oriente complicado, volaba con ideas simples”. Soy, yo también, partidario de volar con ideas simples. Lacan lo permite pues, cuando se aborda un tema a partir de su enseñanza, se aplica a menudo enseguida la repartición entre real, simbólico e imaginario. El solo hecho de aplicar esa grilla sobre una cuestión les da generalmente un punto de partida. Cuando una pregunta es complicada, soy de partir de ideas simples; cuando una pregunta es simple, estoy para complicarlas -complicándolas, se produce un cierto efecto caótico de donde pueden surgir ideas.
Mi punto de partida fue entonces preguntarme si la violencia en el niño era un síntoma, y por qué. Ya que dicho síntoma en Psicoanálisis se llama desplazamiento de la pulsión, o en términos freudianos, sustitución de una satisfacción de la pulsión -lo que, en lacaniano, puede traducirse por goce. Además, ¿la violencia no se produce justamente cuando no hay ese desplazamiento, esa sustitución, ese Ersatz, como se expresaba Freud? He ahí la pregunta que me hice: ¿la emergencia de la violencia no es el testimonio que no hay una sustitución de goce?
En esa perspectiva, quise asegurarme de la definición freudiana del síntoma. Para encontrar los lugares donde Freud habla del síntoma, tuve la debilidad de tomar el Vocabulario del psicoanálisis y, con gran estupefacción, me di cuenta -les cuento mi pequeño viaje- que no hay una entrada “síntoma” en el Vocabulario… de Laplanche y Pontalis, al menos en la edición que dispongo y que debe ser la primera. A falta de la ayuda de Laplanche-Pontalis, tuve que dirigirme directamente a Freud y, para simplificar, a Inhibición, síntoma y angustia que me gusta bastante sobre “Los modos de formación de los síntomas” -Lacan lo sigue con mucha exactitud en su texto La dirección de la cura y los principios de su poder. En el capítulo II de Inhibición, síntoma y angustia, Freud define el síntoma como Anzeichen und Ersatz, es decir, “signo y sustituto”, einer Triebberfriedigung, “una satisfacción de la pulsión”. Freud añade un adjetivo, unterbliebenen, que se encuentra en el diccionario Harrap´s francés-alemán -reconocemos ahí el prefijo unter, que significa “abajo” o “por debajo”, pero que implica también otro sentido, notablemente “lo que no tuvo lugar, lo que no se reproduce más”. En su excelente traducción de Inhibición, síntoma y angustia, Michel Tort traduce esa frase por “el síntoma sería el signo y el sustituto de una satisfacción pulsional que no tuvo lugar”[1]. Si tuviera que haberla traducido, habría dado un pequeño acento heideggeriano al adjetivo diciendo “una satisfacción no advenida”.
El goce rechazado
El síntoma se define aquí como el Ersatz, diría, de un goce rehusado. Emplearía ese adjetivo porque tengo en la cabeza la frase de Lacan sobre la cual se termina Subversión del sujeto…, poco después que Lacan haya hablado del “narcicismo supremo de la Causa perdida”. La última frase es la siguiente: “La castración quiere decir que el goce es rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo”[2]. Esa definición de la castración merecería figurar en un Vocabulario lacaniano. La castración no es aquí definida a partir del falo, está definida directamente a partir del goce, es decir a partir de la pulsión. Está definida a partir de lo que Lacan designa muy precisamente como rechazo del goce, lo que introduce una referencia a la iniciativa del sujeto, en el cuadro de una elección -se acepta o se rechaza.
Me viene a la cabeza una imagen icónica de Hércules en la encrucijada, debiendo escoger, en la fábula de Prodicos de Ceos, entre el camino del vicio y el camino de la virtud. Es un paradigma barroco al cual Erwin Panofsky consagró un estudio, un pequeño libro[3]. Es Hércules, si puedo decirlo, después de la infancia, en el umbral de la edad adulta, situado delante de la elección de la virtud, camino arduo que pasa por el trabajo, o de la voluptuosidad. Esta historia conoció varias representaciones, en el final del siglo XIV y el siglo XV. Consulté entonces en Google indicando simplemente “Hércules en la encrucijada” y encontré un artículo muy interesante que ustedes encontrarán si lo desean[4].
Así, castración = rechazo del goce, en lo siguiente el goce no tendrá lugar. Lacan introduce un razonamiento marcado de la dialéctica, el goce debe ser rechazado para ser alcanzado. El goce no debe tener lugar para advenir. Se creería que es una artimaña del goce como Hegel habla de artimaña de la razón. Se trata del hecho que la castración es un desplazamiento del goce, que el goce debe ser rechazado sobre un cierto plano para ser alcanzado en el nivel de la ley. Debe ser rechazado en lo real para ser alcanzado bajo la égida de lo simbólico. Es lo que Lacan llama la ley del deseo, es precisamente ese rechazo del goce en lo real, el pasaje del goce hacia debajo. Es lo que la metáfora paterna repercute, que es la traducción en términos edipianos del proceso de la represión, y que puede ser generalizado si se pone que el operador esencial de la represión es el lenguaje mismo, la palabra, que opera ese pasaje hacia debajo del goce, en el sentido donde bloquea su advenimiento.
El precio que pagar de este proceso, el resultado del proceso de represión, como se expresa Freud, es precisamente el síntoma. El precio a pagar de la represión es la formación del síntoma como signo y sustituto de un goce no advenido. Dicho de otra manera, la legalización del goce se paga con la sintomatización. El ser humano como parlêtre está destinado a ser sintomático.
De este hecho, el goce es siempre un goce desplazado, como se habla de personas desplazadas -el goce no en el mismo lugar, no en su lugar original, totalmente exiliado. No es sin relación a nuestra actualidad. Digamos solamente que los migrantes vienen a buscar en Occidente lo que para ellos es otro goce- se espera a cientos de millones de personas a lo largo del siglo XXI, ese será un fenómeno a la vez masivo y esencial en la restructuración de nuestras sociedades. De ese modo, esas grandes migraciones son un síntoma del malestar en la cultura en el mundo civilizado, tanto en su civilización como en la nuestra. Dejo de lado esto en el marco de esta exposición. Me contento con decir que es el fondo sobre el cual aprecio las frases de Lacan citadas muy recientemente por Antonio di Ciaccia, quien termina su artículo escribiendo: “Si queremos recurrir a una brújula, recordemos con el escrito “Joyce el Síntoma” de Lacan, que “la historia no es nada más que una fuga, de la cual no se cuentan sino los éxodos” y que “no participan en la historia sino los deportados.”[5]”. Se trata del éxodo del goce, del goce que fue deportado.
Diez puntos sobre la violencia en el niño
Una vez fijadas estas ideas simples, propondré algunos puntos que conciernen la violencia en el niño.
  1. Primer punto, punto de partida que pondré en cuestionamiento en lo que sigue, la violencia en el niño no es un síntoma.
  2. Es lo contrario de un síntoma.
  3. No es el resultado de la represión, sino más bien la marca de que la represión no operó.
  4. Hagamos un paso más preguntándonos ¿de qué pulsión la violencia, y especialmente la violencia en el niño, sería la satisfacción? Probaré esta respuesta –la violencia no es el sustituto de la pulsión, ella es la pulsión. No es el sustituto de una satisfacción pulsional.
La violencia es la satisfacción de la pulsión de muerte. Remarquemos en efecto que el adversario de Eros, en el mito al que Freud se refiere, el adversario del amor no es el odio, es la muerte, Tánatos. Hay que diferenciar la violencia y el odio. El odio está del mismo lado que el amor. El dio como el amor están del costado de Eros. Es la razón por la cual Lacan justifica hablar de odionamoración, vocablo afortunado. El amor como el odio son modos de expresión afectiva de Eros.
  1. El odio está del costado de Eros, en efecto es un lazo al otro muy fuerte, es un lazo social eminente.
Leí recientemente en algún lugar un Llamado contra los partidarios del odio. Me dije que no soy un partidario del odio. A Marine Le Pen no la odio; de cierta manera, no la quiero tanto como para odiarla. En ese orden de ideas, soy más bien llevado a mofarme.
Al contrario, en la corriente en la que está tomada, una odionamoración hacia los judíos es muy legible. Se les da poderes fantásticos. El pueblo judío es objeto de una extraordinaria fascinación, antiguo pueblo que ha sobrevivido a la persecución gracias a su relación a la letra, al litoral de la letra. Es a la vez un objeto de fascinación y de repulsión, mientras que, por mi parte, no odiando a los fachos, estoy sin embargo llevado a una violencia según su óptica.
  1. La violencia está del costado de Tánatos. Para retomar el título de un libro célebre de La Boétie, el amigo de Montaigne, es el goce del Contr’un[6]. En Freud, clásicamente, Eros fabrica el Uno, pone en vínculo, mientras que Tánatos deshace los Unos, desliga, fragmenta, hasta diría que desarma a lo rompecabezas, para retomar una famosa frase de los Tontons flingueurs.
El niño violento, es aquel que rompe y que encuentra una satisfacción en el simple hecho de quebrar, de destruir. Habrá que interrogarse sobre el goce que está ahí implicado y sobre lo que se podría llamar “el puro deseo de destrucción”. Cuando se denuncia los camorristas, se denuncia a fin de cuentas el puro goce de romper. No se denuncia la política de los camorristas, se denuncia el plus-de-goce implicado en la violencia de los camorristas.
A propósito de eso -les doy mis asociaciones de ideas-, se le ha reprochado mucho a André Breton la frase en la cual, en el “Segundo manifiesto del surrealismo”, define el acto surrealista. Todas las almas bellas están ahí implicadas, siendo una de las primeras la de Albert Camus, quien le consagró algunos reproches. Por mi parte, me gusta mucho esa frase de A. Breton -en el contexto de hoy, no se la pueda confiar a todo el mundo. “El acto surrealista más simple consiste, con revólveres en puño, en descender en la calle y disparar al azar, lo que más se pueda en la multitud”. Después del Bataclan y de otros incidentes pasados, presentes y por venir, evidentemente, es problemático. Esa frase fue muy reprochada a A. Breton. ¡Imagínense un poco si dijera eso hoy!
Pero hay que decir la segunda frase: “Quien no ha tenido, al menos una vez, ganas de terminar la especie con el pequeño sistema de envilecimiento y de cretinización en vigor en su lugar tan marcado en la multitud, vientre en alto de cañón”. La segunda frase hace comprender la primera. Hace comprender que no se trata sino de un fantasma. Breton dice que hay que haber tenido ganas al menos una vez. No dice que hay que haberlo hecho. El acto surrealista, como lo dice, es el acto terrorista, pero por medio del semblante. El surrealismo no es un terrorismo. O es “el terror de las letras”, como se expresa Jean Paulhan. Es una postura literaria.
Los surrealistas han estado animados por el deseo de pasar en los inferiores de la civilización para rencontrar el mundo no alterado de la pulsión, para poner la escritura en el diapasón de la pulsión. Es un sueño, pues piensan alcanzarlo, no por el manejo de las armas, sino por un cierto uso del lenguaje, el cual es no obstante el resorte primero de la represión.
Leo que “revolver” está en plural y “puño” en singular en la fórmula “revólveres en puño”. Si se tratase verdaderamente de revólveres, habría que poner “puños” en plural, ya que no se puede tener dos revólveres en la misma mano. No he visto eso en ninguna película del Viejo Oeste. Revólveres en puño quiere decir esferos a la mano. En la representación cinematográfica común de los asesinos, el asesino de la mafia dispara fríamente, sin frase precisamente. Breton había tomado todas esas precauciones, ya que añadía en una nota que su “intención no era el recomendarlo”. No veo lo que habría que reprocharle. No hacía sino dar un eco sensacional a lo que André Gide había puesto en escena en Las cuevas del Vaticano -que, pensémoslo, son de 1914, antes de una gran masacre que no fue sino semblante -, a saber, que el acto gratuito es precisamente aquel de Lafcadio arrojándose del tren el pobre Amédée Fleurissoire. Los surrealistas estuvieron fascinados por ese pasaje del acto gratuito en Gide. No desarrollaré lo que Marguerite Bonnet (a quien conocí en la mesa de Lacan), erudita en cuanto a Breton, señaló en esa época.
El acto gratuito, es decir el acto gratuito de la violencia, fascinaba, porque Gide hacía de él precisamente un asesinato irracional, que presentaba como colmo de la libertad porque estaba suelto de cualquier causa. Si lo imaginamos, es una versión de la causa perdida. Se trata en ese imaginario de un acto sin razón que se opone al principio de razón de Leibnitz que quiere que nada no sea sin razón. Es a lo que Angelus Silesius respondió por adelantado en su famoso verso, comentado por Heidegger y citado por Lacan –La rosa es sin por qué.
Tratándose de los niños violentos, no hipnotizarse sobre la causa. Hay una violencia sin porqué que es su propia razón para ella misma. Es solamente en un segundo tiempo que se buscará un determinismo, la causa, el plus-de-goce que es la causa del deseo de destruir, de la activación de ese deseo. Como le decía, se la encuentra por regla general en una falla del proceso de represión o, en términos edipianos, en un fracaso de la metáfora paterna.
  1. Tratemos de introducir una pragmática del abordaje de los niños violentos en nuestro campo. Puede que la violencia del niño anuncie, exprese una psicosis en formación. A mi modo de ver, hay que interrogarse sobre los puntos siguientes: a)¿La violencia en el niño es una violencia sin frase? ¿Es la pura irrupción de la pulsión de muerte, un goce en lo real? b) ¿El paciente puede ponerla en palabras? ¿Es un puro goce en lo real o bien está simbolizado o es simbolizable? c) Que sea un puro goce en lo real no señala necesariamente una psicosis. No constituye necesariamente una promesa de psicosis. Traduce en todos los casos un desgarro en la trama simbólica en la cual se trata de saber si es puntiforme o extendida. d) Si se trata de una violencia que puede hablarse -hay algunas veces violencias parlanchinas-, que por saber qué dice. Se buscan entonces lo que llamaré una traza de la paranoia precoz.
Un colega vino ayer a exponerme en control el caso de un joven adulto a propósito del cual se preguntaba “¿psicosis o no?”. Hablando, encontramos en su historia el hilo de una posición de aislamiento, de un sentimiento de estar aparte con el esbozo de un “ellos hablan” –ellos: sus compañeros, los otros alumnos-, “ellos hablan mal de mí”, es decir un ligero y más bien muy ligero afecto de difamación. Nada más que eso, que era muy sostenido, pues la colega no me lo había señalado al comienzo, constituía ya un empuje-a-la-mujer infantil. De adulto joven, lo encontramos locamente enamorado de un antiguo camarada de clase, al punto que la colega me hablaba de erotomanía, pero no en el sentido de de Clérambault, ya que era él que amaba a ese chico.
En el encuadre de nuestra búsqueda sobre los niños violentos, buscamos las trazas discretas de paranoia precoz, no olvidando que el sujeto aparece, que el niño nace bajo la égida de la paranoia. Como lo indica Lacan en “Posición del inconsciente”, el sujeto, “eso habla de él, y es ahí que se lo aprehende.[7]” La “Observación sobre el reporte de Daniel Lagache…”[8] conlleva también un pasaje importante sobre la determinación del sujeto por el discurso que le es anterior. Antes que aparezca, eso habla de él.
Por un lado, se puede utilizar la visión determinista del niño. Hay la causa de la violencia cuando, buscando clásicamente en la relación, el diálogo de los padres, el discurso del ambiente, uno se da cuenta que el niño puede estar asignado desde muy temprano al lugar del violento, del camorrista; el analista le permitirá entonces tomar distancia con el significante asignado por el Otro. Por otro lado, el sujeto debe ser considerado como lugar de indeterminación; nos preguntamos entonces “¿Qué elección hizo? ¿Qué orientación tomó?”; ahí, la respuesta no es deducible, la causalidad no puede ser señalada. Eso no se aborda sino retroactivamente, de ahí la necesidad de ser muy minucioso en la lista de propósitos de ese niño.
La violencia que habla puede ser de orden paranoico como puede ser de orden histérico. Se dirá que es de orden histérico cuando tenga valor de demanda de amor o de queja por la falta-en-ser, es decir cuando se sitúe en el registro de Eros. En el registro de Eros, la violencia del niño es el sustituto de la satisfacción no-advenida de la demanda de amor. Ahí, en efecto, la violencia es un síntoma, y, se puede decir, un mensaje invertido -lo que corrige el carácter absoluto de lo que había presentado en el punto 1.
  1. En lo que concierne propiamente la represión de la Triebbefriedigung, tomando en cuenta al Freud posterior a Inhibición, síntoma y angustia, se debe también interrogar sobre la defensa en el lugar de la pulsión, una defensa que se inscribe más acá del nivel de la represión. Hay que distinguir cuando la violencia vuelve a salir por un fracaso del proceso de represión o una falla en el establecimiento de la defensa. Evidentemente, se la espera más fácilmente en el primer caso que en el segundo. Aún si la violencia en el niño es de orden psicótico, se puede intentar implantarle un significante de autoridad, un Ersatz que haga oficio se significante-amo. Eso puede encontrarse a veces cuando se trata de un niño criado por una pareja de mujeres. Una de ellas toma en general la función, el valor, de S1. Eso puede encontrarse en los matrimonios de lesbianas contemporáneas, pero también cuando un niño es criado por su madre y su abuela, como es el caso de un hombre de política distinguido que habla de ello de buen grado y que parece haberse desarrollado normalmente, aun si tiene una relación difícil con la difamación.
  2. Hemos evocado el pasaje de la violencia del real a lo simbólico, no olvidemos lo imaginario. Para acercarse a los dos primeros registros, hay que distinguir la violencia como emergencia de una potencia en lo real y la violencia simbólica inherente al significante que cabe en la imposición de un significante-amo. Cuando esa imposición de un significante-amo falta, el sujeto puede encontrar un Ersatz marcándose él mismo -escarificación, tatuaje, piercing, diferentes maneras de cortarse, de torturarse, de hacer violencia a su cuerpo.
Hoy, está tan generalizado que eso está en la moda, es un fenómeno de civilización, es superficial, pero diría que es el síntoma de la perturbación que conoce el orden simbólico heredado de la tradición. Esos síntomas vuelven a resurgen a lo que, delante del público que forman, llamaré en esta circunstancia “la psicosis civilizacional normal”, es decir compensada, con suplencia.
Dicho esto, queda saber por qué ciertos sujetos son más sensibles que otros al punto de tener que ejercer una violencia a sus cuerpos. Por ejemplo, hoy los transgéneros, que se manifiestan a menudo muy temprano en la infancia, han obtenido un reconocimiento social y jurídico que era antaño rechazado aun a los homosexuales. No impide que toda modificación deseada del cuerpo propio por un acto quirúrgico justifique una visión analítica. Se me dirá –En fin, bueno…los implantes capilares, la cirugía dentaria, la cirugía estética, ¿no irá a poner al psicoanálisis a ese nivel? Hay que ver…Se sabe que en efecto hay actos de cirugía estética que resurgen a la corrección neurótica de la imagen del cuerpo, pero que otros están claramente inspirados por la psicosis.
  1. En lo que concierne a la violencia en lo imaginario -no lo desarrollaré-, nos referiremos al estadio del espejo, que es una forma sincrética entre la observación de un hecho clínico por un psicólogo, el profesar Henri Wallon, y la dialéctica del amo y del esclavo en Hegel, puesta en relieve por Alexandre Kojève, dicho de otra manera, es un bricolaje genial de Lacan entre Wallon y Kojève. Ese bricolaje, se constata que anda, que funciona…Es una idea simple que pondremos en juego en nuestras investigaciones sobre los niños violentos. He ahí lo que me inspiran los primeros puntos que señaló D. Roy: cuando el otro eres tú y tú eres el otro (transitivismo); cuando el otro es un intruso y roba el objeto más precioso (el término lacaniano de celogoce[9], que fusiona celos y goce). Les dejo la tarea de releer el artículo de Lacan sobre “El estadio del espejo…” y aquel sobre “La agresividad en psicoanálisis”. Se trata evidentemente de un registro muy diferente cuando, como lo dice D. Roy, el niño se golpea la cabeza contra los muros…del lenguaje, ya que el fenómeno traduce entonces el fracaso del proceso de defensa.
Concluyo. Dejo en blanco la violencia en el niño considerado como un sinthoma, en el otro cabo de la enseñanza de Lacan. Recordaré simplemente que hay que hacer su lugar a una violencia infantil como modo de gozar, aun cuando es un mensaje, lo que quiere decir no entrar en él de frente. Jamás olvidar que no pertenece a un analista ser el guardián de la realidad social, que tiene el poder reparar eventualmente una falla de lo simbólico o de reordenar una defensa, pero que, en los dos casos, su efecto propio no se produce sino lateralmente. El analista debe, a mi criterio, proceder con el niño violento de preferencia con dulzura, sin renunciar a maniobrar, si hay que decirlo, una contra-violencia simbólica.
No se aceptará a ojo cerrado la imposición del significante “violento” por la familia o la escuela. Ese puede ser solamente un factor secundario. No hagamos negligencia a que hay una revuelta del niño que puede ser sana y distinguirse de la violencia errática. Esa revuelta, estoy para acogerla, porque una de mis convicciones se resume en lo que el presidente Mao había expresado en estos términos: “Se tiene razón en rebelarse”[10].

*Traducido por Patricio Moreno Parra (Comentarios a pachuko84@hotmail.com)
[1] S. Freud. “Inhibición, síntoma y angustia”, in Obras completas, volumen XX. Buenos Aires : Amorrortu Ediciones, 2010.
[2] J. Lacan. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, in Escritos, tomo II. México: Siglo XXI Editores, 2013.
[3] Cf. E. Panofsky. Hercule à la croisée des chemins. Et autres matériaux figuratifs de l’Antiquité dans l’art plus récent. París: Flammarion, 1999.
[4] M.-P. Harder. “Hercule à la croisée des chemins, figure exemplaire de la conscience baroque ?”, Silène, revue du Centre de recherches en littérature et poétique comparées de Paris Ouest-Nanterre-La Défense, 18 septembre 2008 (www.revue-silene.com).
[5] A. di Ciaccia. “Contre une dérive si funeste”, Lacan Quotidien, no 636, 20 de marzo del 2017.
[6] Cf. La Boétie É. de, De la servitude volontaire ou Contr’un. París : Gallimard, 1993.
[7] J. Lacan. “Posición del inconsciente”, in Escritos, tomo II. México: Siglo XXI Editores, 2013.
[8] J. Lacan. “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, in Escritos, tomo II. México: Siglo XXI Editores, 2013.
[9] Jalouissance: en francés neologismo formado a partir de jalousie (celos) y jouissance (goce).
[10] Véase el artículo de J.-A. Miller. “Comment se révolter”, in La Cause freudienne, no 75, julio 2010, pp. 212-217.
Texto original en francés: https://www.apreslenfance.com/?wysija-page=1&controller=email&action=view&email_id=167&wysijap=subscriptions
Publicado por Graciela Ruiz en 17:14 No hay comentarios:

Bassols M. "Acto de violencia" en Rayuela 4, publicación virtual.

ACTO DE VIOLENCIA _Miquel Bassols Tomo el título para este breve texto de una conocida novela de Manuel de Pedrolo[1] escrita en 1961 en pleno franquismo y cuyo argumento es tan simple como efectivo. Toda una ciudad, oprimida desde hace años bajo el poder del dictador, se moviliza para derrocarlo a partir de una simple consigna que ha empezado a circular de mano en mano en un panfleto anónimo: "Es muy sencillo: quedaros todos en casa". Tres días bastan para que el poder cambie de lugar sin verter una sola gota de sangre. La gran "movilización" es pues una detención de todo movimiento, de toda acción, de toda respuesta agresiva, pero el resultado es, en efecto, un verdadero acto de violencia. La novela tenía un primer título, "Rompamos los muros de cristal", que fue desestimado por su autor seguramente porque invocaba, a pesar de la invisibilidad de la fuerza opresiva, una acción agresiva que no quería animar. Sirva esta referencia para señalar de entrada la necesidad de distinguir, a la hora de considerar el tema de los niños violentos, el acto de la acción, y la violencia de la agresión. No toda acción es un acto, no toda violencia implica una agresión. Es la distinción que Lacan subrayó en distintos momentos de su enseñanza y sin la cual, tanto el fenómeno de la violencia, como el de la acción agresiva quedan difuminados en una misma y confusa conducta. Una acción motriz sólo se convierte en un acto si después de ella hay una modificación del sujeto, sujeto que es en realidad el efecto de este acto más que su causa. El ejemplo, tomado por Lacan, de Julio César atravesando el Rubicón no puede entenderse como una simple acción motriz sino como un verdadero acto después del cual el propio sujeto se ha modificado para ser ya Otro en relación a sí mismo, y para modificar a la vez su vínculo con el Otro ante el que sostendrá su acto. Por otro lado, sin ser en sí mismo un acto violento, tampoco podemos decir que sea ésta una acción agresiva. Pero la violencia que implica no deja de ser inherente a la modificación radical del sujeto en el acto de travesar la frontera que el río simboliza. Así, entre acto de violencia y acción agresiva se abre un abanico de singularidades que debemos tener en cuenta a la hora de tratar la violencia, tanto en la infancia como más allá de ella. Tal como señala Jacques-Alain Miller en el texto que preside nuestras elaboraciones sobre el tema[2], el plural de "niños violentos" implica entonces que "el niño violento no es un ideal-tipo", que hay violencias muy distintas y que es preciso distinguirlas según cada caso. Por ejemplo, no tiene nada que ver la violencia del niño autista, pura defensa ante lo real que invade su cuerpo sin sostén alguno en una imagen especular, con la violencia del paranoico, que rompe precisamente esta imagen especular en la que ha encontrado a su Otro perseguidor. Y nada tienen que ver estas dos, en lo que pudieran tener en común, con la del niño neurótico que atraviesa la ventana de su fantasma con un pasaje al acto que realiza la tensión agresiva que ese fantasma mantenía en una escena imaginaria. Y, aún, deberemos distinguir cada una de éstas de la violencia contenida en la misma tensión agresiva que podrá desplazarse a otras acciones, exentas de agresión pero que no dejarán de llevar la marca de aquella violencia inicial. Señalemos por otra parte que no hay nunca un verdadero acto, con la separación que supone necesariamente de su objeto, sin cierto grado de violencia, aunque más no sea la que implica la castración simbólica, aquella que hace posible que "el goce sea rechazado para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo"[3], según la sentencia de Lacan evocada en ese mismo texto. Si todo acto verdadero tiene siempre un rasgo de automutilación, de separación del objeto que se llevaba, por así decirlo, pegado al cuerpo, no es por la mayor o menor brutalidad de esta separación como podremos medir su carácter de violencia sino por las consecuencias que tenga para el propio sujeto. Volvamos de nuevo al niño autista para encontrarlo preso de una violencia extrema ante la sola separación del objeto que lo acompaña necesariamente de un lugar a otro, separación que en sí misma no parecerá violenta para aquél que lo esté observando o, incluso, para aquel que esté forzando esta separación. Y, al revés, preguntemos al mismo observador su impresión sobre la violencia que supone la autolesión que otro niño se produce a sí mismo con un daño irreversible pero sin dar señales de dolor alguno. La violencia es cada vez un fenómeno subjetivo que tiene distintas vinculaciones con la acción de agresión efectiva y manifiesta, o con la tensión en la que queda contenida de manera no menos agresiva. Sea en un extremo o en el otro de este amplio abanico clínico, la violencia tiene siempre, sin embargo, un mismo rasgo señalado muy pronto por Lacan: "¿No sabemos acaso que en los confines donde la palabra dimite empieza el dominio de la violencia, y que reina ya allí, incluso sin que se la provoque?"[4] El dominio de la violencia empieza allí donde se rompe el pacto simbólico de la palabra, allí donde la pulsión deja de tener su amarre en el significante para aparecer como lo que es siempre en su límite, pura pulsión de muerte. Pero la frontera entre los dos dominios no es tan nítida y simple como querría la buena voluntad del mediador para rehacer ese pacto roto de la palabra y devolver sus límites al goce de la pulsión. Porque, tal como indica Lacan, la violencia reina también en esos mismos confines, incluso sin que nadie la provoque y la desencadene con cualquier chispa, ya que esa chispa puede ser la palabra misma. Hay pues una violencia inherente a lo simbólico. En realidad, al contrario de lo que se suele pensar, la violencia es un producto, nada natural, de lo simbólico mismo, del malestar en la cultura al que Freud dedicó su texto inaugural para sacar definitivamente al "buen salvaje" de su paraíso. Es por ello que al hablar de niños violentos debemos distinguir —como indica Jacques-Alain Miller— "la violencia como emergencia de una potencia en lo real y la violencia simbólica inherente al significante que cabe en la imposición de un significante-amo"[5]. Incluso podemos llegar a decir que el significante, el significante que es el soporte de la lengua y de sus formas de satisfacción pulsional, es la primera violencia ejercida sobre el cuerpo. Violencia más o menos suave, violencia más o menos dulce según sea una canción de cuna o un feroz imperativo sin nadie todavía que pueda obedecerlo, pero violencia al fin y al cabo. Ya sea en un caso como en otro, la violencia inherente al significante es una violencia que puede ser rechazada por el sujeto, antes mismo de que llegue a obedecer a su sentido. Volvemos por ahí al caso del niño autista que se rehúsa al vínculo que el significante establece con el Otro y que a partir de ahí sentirá como una violencia intolerable. Así los fenómenos de la violencia, y muy especialmente en la infancia, no son separables de la relación que el sujeto mantiene con la pulsión y con aquello que limita el goce pulsional. Este límite, subrayó Lacan, no podemos encontrarlo en la Ley, por muy distinta a la simple norma que la supongamos, no podemos encontrarlo tampoco en la prohibición clásicamente atribuida a la función simbólica del padre. No es la Ley ni la prohibición la que puede poner límite a la violencia y al goce de la pulsión de muerte. Esa Ley, indica Lacan, "hace solamente de una barrera casi natural un sujeto tachado"[6]. Es decir, la ley simbólica, la ley misma de la castración, no tiene en sí misma la posibilidad de limitar el goce, más bien a veces puede empujar al sujeto hacia ese territorio, como bien vemos en el caso de Sade en su relación con la ley kantiana estudiada por Lacan. La ley no hace otra cosa que inscribir eso que Lacan llama ahí "una barrera casi natural" —y todo el problema es ese "casi"— como un sujeto tachado, como un sujeto dividido entre deseo y goce. Ahí donde hay deseo hay siempre una pérdida inevitable de goce. Esa "barrera casi natural" no es otra que lo que Freud llamó "principio del placer" que, lejos de igualarse a una voluntad de goce, lo limita. "Pues es el placer el que aporta al goce sus límites, el placer como nexo de la vida, incoherente", sigue escribiendo Lacan allí. La violencia del goce no sigue pues el principio del placer, como se podría suponerse según una concepción demasiado rápida del "instinto violento", sino que se sitúa más allá de ese principio. Entonces, el principio del placer tiene sus razones para limitar la violencia del goce o el goce de la violencia. No son razones distintas a las que Lacan evoca al final del texto, señalado por Jacques-Alain Miller de nuevo, en la figura de la Ley del deseo, la que implica esa pérdida de goce necesaria para renunciar a la violencia como "emergencia de una potencia en lo real". Creo que podemos encontrar una figura de esta Ley del deseo en una noción que Lacan no indica de forma explícita pero que me parece pertinente señalar en relación a la problemática de los "niños violentos". Es la figura de la autoridad, que no es necesariamente la de la autoridad paterna o la autoridad de la norma legal, incluso puede oponerse a ella. Es la autoridad de la autorización del sujeto en su deseo y en la cesión del poder a la palabra. Encontramos esta referencia en alguien que fue un maestro de Lacan en la lectura de Hegel, el filósofo Alexandre Kojève. Creo que su lectura puede ser de gran actualidad en muchos puntos, especialmente la de su libro "La noción de la autoridad"[7]. Es un libro escrito justo después de la Segunda Guerra Mundial y de la constatación de una crisis generalizada de las formas clásicas de autoridad, crisis a partir de la que se vieron surgir las más siniestras figuras del autoritarismo. Alexandre Kojève, además de señalar que la Legalidad es el cadáver de la Autoridad, sostiene allí lo siguiente: "Ejercer una autoridad no sólo no es lo mismo que emplear la fuerza (la violencia), sino que ambos fenómenos se excluyen mutuamente. De manera general, no hay que hacer nada para ejercer la Autoridad. El hecho de estar obligado a hacer intervenir la fuerza (o la violencia) prueba que no hay Autoridad en juego. A la inversa, no se puede —sino a la fuerza— hacer que la gente haga lo que no haría espontáneamente (por sí misma) sin hacer intervenir a la Autoridad."[8] Se trata aquí de la violencia como un uso de la fuerza que no es necesariamente física, tampoco como una emergencia súbita de lo real. Es más la violencia como un producto de lo simbólico mismo en la imposibilidad de resolver los impasses de lo imaginario, de la rivalidad y de sus tensiones agresivas. Es una violencia correlativa a la pérdida de autoridad del significante amo como tal. Digamos que en la medida que el sujeto no puede autorizarse en la Ley del deseo sostenida en ese significante amo, hay un recurso necesario a la violencia, también a la violencia de lo simbólico que ya reina allí, en los confines de la palabra. Desde esta perspectiva, acoger la división del sujeto en relación al significante amo, obtener esa división que de hecho inscribe, transcribe en lo simbólico la división del sujeto ante la pulsión, es un modo de tratamiento posible de la violencia. En todo caso es el modo que el psicoanálisis puede ofrecer en el polo opuesto en el que se colocaría un "guardián de la realidad". En lugar de pretender tratar la violencia desde el "principio de realidad", posición que encontramos con frecuencia en los modos de tratamiento por adiestramiento o modificación conductual, se trata de hacer al propio sujeto —y ello empezando por el niño considerado como sujeto responsable de sus actos— guardián del principio del placer como verdadero límite del goce de la violencia. No es una tarea fácil ni cómoda pero es la única forma analítica de acoger y tratar el recurso a la violencia para encontrar en ella la división del sujeto, división que implica estar en el mundo como un ser hablante. 6 de mayo de 2018 NOTAS Pedrolo, M. de. Acte de violència. Editorial Sembra, Valencia, 2016. Miller, J.-A. Niños violentos. Conferencia de clausura de las IV Jornadas del Instituto del Niño. París 2017 en Carretel nº 14. Revista de la DHH-NRC. Bilbao. 1917. p. 9-17. Lacan, J. "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano". Escritos, Ed. Siglo XXI, p. 807. Lacan, J. "Introducción al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud". Escritos, ed- Siglo XXI, México 1971, p. 360. Miller, J.-A. Opus cit. p. 10. Lacan, J. "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano". Escritos, Ed. Siglo XXI, p. 801. Kojève, A. La noción de la autoridad. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires 2006. Kojève, A. Opus cit. p. 38.
Publicado por Graciela Ruiz en 16:51 No hay comentarios:
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Analista Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanalisis. Docente del IOM, Docente del Icdeba.
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