martes, 14 de julio de 2009

La Etica del psicoanálisis



Nuestro interés por la violencia puede encontrar respuestas en El Seminario sobre la Etica[1], si nos dejamos orientar por las articulaciones que Lacan hace allí sobre el mal, la prohibición, la ley y la trasgresión.
La maldad
El Seminario de la Etica es el contexto en el cual Lacan precisa una teoría del mal.
El mal queda ubicado en el acceso al das ding, a la Cosa, a la zona pulsional en la que se accede al objeto primordial. Este objeto primordial está dentro del registro de un real que queda excluido de toda operación de significantización.
El Das Ding es el correlato mismo de la ley de la palabra en su origen más primitivo, como la primera Cosa que pudo separase de todo lo que el sujeto comenzó a nombrar y articular.[2]
El acceso a la Cosa es transgresivo y es identificado como un ejercicio de goce que cuando está enlazado al semejante entraña el mal del otro, lo que es reconocido como maldad.
Lacan cita a Freud, en El Malestar en la cultura.
“Quienes prefieren un cuento de hadas hacen oídos sordos cuando se les habla de la tendencia nativa del hombre a la maldad, a la agresión, a la destrucción y también, por ende, a la crueldad…..
El hombre intenta satisfacer su necesidad de agresión a expensas de su prójimo, de explotar su trabajo sin compensación, de utilizarlo sexualmente, sin su consentimiento, de apropiarse de sus bienes, de humillarlo, de infligirle sufrimiento, de martirizarlo y de matarlo.”
[3]
El ejercicio de este goce es más allá del principio del placer.
Así como la palabra funda la Cosa, la palabra también funda la distancia de la Cosa, los mandamientos de la ley moral preservan esa distancia de la Cosa misma. Va en este sentido el comentario que Lacan hace sobre la ley del incesto.
"El deseo de la madre no podría ser satisfecho pues es el fin,…la abolición de todo el mundo de la demanda, que es el que estructura más profundamente el inconsciente del hombre."[4]
Si tomamos el mundo de la demanda, tal como está citado en el párrafo anterior, podemos ubicar la otra versión del das ding que es la de constituirse como el bien para el sujeto.
Es en torno a este das ding que gira todo el movimiento de las representaciones gobernadas por el principio regulador que es el principio del placer. La tendencia a volver a encontrarlo funda la tendencia del sujeto hacia el objeto que encuentra en el fantasma su expresión. El principio del placer gobierna la búsqueda del objeto y le impone sus rodeos, que conserva su distancia en relación a su fin.[5]
" Solo así el sujeto se relaciona con lo que en el horizonte, se presenta para él como su bien. Su propio bien ya está indicado como la resultante significativa de una composición significante que es llamada a nivel inconsciente.."[6]
El moralista usa también el bien para mantenernos alejados de nuestro goce, aunque es una intención difícil de lograr, por la paradoja del goce mismo y porque además la maldad como goce es el núcleo más profundo del hombre. Una maldad que se encuentra muchas veces dirigida hacia si mismo, de ahí la imposibilidad de obedecer el mandamiento, que la naturaleza del bien altruista formula como “Tú amaras a tu prójimo como a ti mismo”.

[1] Lacan J. El Seminario Libro 7 (1959-1960) Buenos Aires, Paidós, 1988.
[2] Ibídem, p.103.
[3] Ibídem., p.223. (Par la cita de Freud, consultar Obras Completas de S. Freud, Amorrortu Editores, Tomo XXI, p. 107, Buenos Aires, 1979)
[4] Ibídem.,p.85
[5] Ibídem , p.74
[6] Ibídem., p. 90.

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