jueves, 21 de mayo de 2009

Paradojas del matar


Carlos Dante García

Nuestro tiempo parece un tiempo violento. No hay medio de comunicación que no lo resalte ni político que no se preocupe por ello. Parece haber más violencia pero también hay más gente, más información, más difusión. Parece haber más asesinatos. El discurso corriente, el discurso común de la opinión dice que hay violencia y crímenes en sus más diversas vestiduras. El ciudadano común no percibe que sigue fascinado como lo estaba el ciudadano del siglo XIX por el gran criminal. En nombre de la preocupación por la inseguridad se difunde todo tipo de muerte. Al difundirla, se lo hace mediante un encuadre, mediante palabras con las que se transforma de manera imperceptible la significación misma de la violencia y el matar. La acción mortífera, el matar puede ser un acto legal si se hace en “buena forma”. En otras épocas, esa función de la buena forma de matar la cumplía el verdugo. Éste era alguien que mataba y mata, ya que en muchos lugares del mundo se conserva ese oficio social, en nombre de la humanidad y sobre todo de la ley. En toda cultura, ese era un personaje central .En las antiguas monarquías asiáticas el oficio del verdugo lo ejercía uno de los principales dignatarios de la corte, que recibía el título de gran sacrificador. Entre los romanos eran los lictores (oficiales públicos); en los galos, los sacerdotes; en Alemania, el más joven de la comunidad; en algunos países los taberneros y carniceros; entre los israelitas por el mismo pueblo, los afectados y hasta los jueces. El verdugo es un criminal sin delito como lo destaca Russell P. Sebold acerca de “El verdugo” de Espronceda. Se destaca permanentemente que se vive haciendo de la intimidad un espectáculo, tesis sostenida por Paula Sibilia en “La intimidad como espectáculo” como rasgo de exhibición de la intimidad en la escena contemporánea. Compartimos esa tesis pero no debemos olvidar que las ejecuciones de delincuentes, de criminales y de todo anormal eran fiestas populares en las que la gente iba a ver las escenas y gozaba y disfrutaba de ello. Se comprendía que la sociedad necesitaba sangre y gozaba como en una fiesta. En nuestra época las ejecuciones populares se localizan bajo la forma del llamado "crimen organizado" bajo sus diversas formas: terrorista, narcotraficante, ejército legal o ilegal. En todas sus formas, manifiestan un deseo de sangre social que está condenada porque se entiende que aquellos que matan en forma social no deberían gozar por ello. En tiempos del siglo XVIII lo social era heredero de los actos y por lo tanto el derecho en el continente europeo se caracterizaba por su extrema crueldad, arbitrariedad y falta de racionalidad. La venganza se manifestaba en la sed de sangre. Fue Cesare Beccaria quien introdujo reformas en el código penal reduciendo la satisfacción que podría encontrar en el matar aquel que ejecutaba una ley. Nuestra época paradójicamente va hacia el no matar, apunta a reducir el matar a pesar que cada vez más se hable de crímenes. Baste considerar cómo se extiende por el mundo la abolición de la pena de muerte. Evolucionamos hacia un ejercicio del derecho y por lo tanto, un ejercicio del orden público, limpio de cualquier satisfacción o goce de matar. Se tiende en el discurso de la época, discurso cientificista, orientado por lo general por las neuro ciencias a objetivizar cada vez más el crimen y al criminal. El efecto de esto es la reducción de la subjetividad del criminal, es la destitución de la significación subjetiva del acto criminal. Dentro de las tantas paradojas del matar, podemos mencionar el proyecto de investigación que lleva adelante el Dr. Kagan de la Universidad de Harvard, en la que sostiene que dentro de 10 años los análisis genéticos, demostración de la supuesta objetividad, deberán ser capaces de identificar a 15 niños de un grupo de 100 los de tendencias agresivas con la probabilidad de termine cometiendo un crimen violento en el futuro. En el mismo sentido, se diseñó un aparato de tomografía computada capaz de detectar la actividad cerebral con posible base genética en sujetos considerados violentos. La justicia de EE.UU. lo utiliza a prueba para determinar el grado de peligrosidad de los acusados y su uso dice que promete extenderse para otorgar o no la libertad condicional de los presos. Vivimos una época en la que hay un imperativo de salud imposible que cada vez se extiende más, que pretende hacer de todos los seres humanos seres virtualmente enfermos, portadores asintomáticos de la violencia o del crimen en los genes. Fukuyama avisaba: “Pronto poseeremos la tecnología que nos permita criar personas menos violentas o gente curada hacia la conducta criminal” Impresionante paradoja: cuanto más se desubjetiva el crimen más crímenes y violencia hay, cuánto más se estudia el crimen en forma pseudo científica en un país que quiere la paz, más ese país participa de la violencia. Sabemos que la definición de responsabilidad social y personal cambia según la época, como cambia la responsabilidad jurídica construida por el derecho, según los tiempos y las tradiciones. La responsabilidad y el crimen cambian según cambia la definición de bien social y los fines sociales. Nada justifica al crimen y el matar pero el matar es humano, forma parte de lo humano. Como lo afirmó J-A. Miller en la presentación de libro “¿A quién mata el asesino?”[1], Psicoanálisis y criminología. Nada es más humano que el crimen. Una abogada, en una conferencia sobre el tema compartió públicamente, un recuerdo de la infancia, en la que pudo localizar su incipiente vocación por la justicia y la abogacía cuando apenas tenía 4 años. Había nacido un primito que acaparó toda la atención de los familiares y la niña sentía intensos celos; ella había escuchado que no debía tocarle la mollera (también llamada fontanela es un agujero del cráneo en los recién nacidos, formado por la unión incompleta de los huesos del mismo). En un descuido, se pudo acercar al moisés en el que estaba y apenas llegó a mover su mano hacia la cabecita escucha una voz estruendosa que dice: “¿Qué estás haciendo?”, atravesándole todo su cuerpo. Origen de una culpa apenas comprendida. Freud fue el que reflexionó sobre los sueños de contenidos inmorales y sobre si el sujeto es responsable por su contenido. Se sabe que en los sueños se hacen cosas que transgreden todos los códigos, las leyes. El núcleo de los sueños es una transgresión a la ley[2]. Los sueños conscientes de contenido inocente y correctísimos, también son inmorales una vez que se los descifra. Los contenidos conscientes o inconscientes de los sueños son inmorales: asesinatos, crímenes, crueldad, incesto, despotismo, egoísmo, sadismo, etc. Desde Freud, todos somos sospechosos de…pero, debemos asumirlo. La respuesta de Freud es que lo inmoral forma parte de nuestro ser. Los neurocientíficos también lo captan pero para ellos en vez de formar parte del ser, forma parte de lo neuronal, de los genes, del organismo y por lo tanto de una dimensión desubjetivada del matar. Esto no es sin angustia, para aquellos en los que se le presenta como un conflicto. Están aquellos que no tienen conflicto, que no tienen culpa, que matan, así lo dicen, por diversión y a veces por satisfacción sexual, los perversos, los llamados serial killer, nos muestran el crimen en su máxima paradoja: muestran una cara humana, de la naturaleza humana, aunque compartamos la condena, el repudio, la piedad, la compasión. Lo social en sus más diversas manifestaciones y construcciones, como el derecho y la criminología, son manifestaciones reactivas a lo inmoral. En este sentido, nos podemos quedar tranquilos: los jueces y abogados tienen derecho a tener sueños inmorales; los justicieros, sueños de venganza. Estas manifestaciones subjetivas paradojales en escala individual también se elevan a manifestaciones colectivas en masa hasta abarcar a países enteros. El país que más sostiene en apariencia, los más elevados ideales de justicia y rectitud, puede en nombre de esos ideales, cometer los crímenes más atroces y ser el país más cruel del planeta a pesar que, sus incursiones armadas demuestren con su sofisticado armamento, una precisión quirúrgica que pretende borrar todo rastro de crueldad. Otra paradoja más. En su valor kantiano, déspota es un soberano que quiere hacer feliz al pueblo según sus ideas. En éste sentido, el déspota más terrible no es el que desea el mal al otro, sino aquel que quiere su bien, conforme a sus propias ideas: parece una paradoja[3]. Lo más humano está constituido paradojalmente por lo inhumano.
[1] Tendlarz S- Garcìa Carlos D. “¿A quién mata el asesino?” Grama Editorial. 2008.
[2] Miller J-A, “Nada más humano que el crimen”. Presentación.
[3] Miller, J.A, “Los signos del goce”- “Saber sin sujeto”, CapXXV, Paidòs, 1998, p. 426.

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